En la tarde del 18 de noviembre, la escritora del New York Times y directora del Proyecto 1619 Nikole Hannah-Jones se dirigió a un público de la Universidad de Nueva York (NYU) sobre el tema de la iniciativa del Times que marca el 400 aniversario de la llegada de los primeros esclavos a Virginia. El presidente de la NYU Andrew Hamilton presentó el evento, declarando que el proyecto 1619 tenía todos los distintivos de “los mejores artículos del periodismo”. El evento fue moderado por la profesora de Fordham y comentarista de la MSNBC Christina Greer.
No hubo una sola declaración hecha por Hannah-Jones esa tarde sobre temas de historia que resistiera un serio escrutinio.
Ella presentó sus opiniones personales —y, a falta de sustancia históricamente informada, eso es todo lo que eran— sobre el carácter “no democrático” de la Revolución Americana y la Constitución. La clase trabajadora blanca se opone a los programas sociales a causa de un deseo consciente de “castigar a los negros”, afirmó, añadiendo que la “blancura” existe para los mejores intereses de los blancos: “Así oímos una y otra vez, ¿por qué los blancos pobres votan contra sus intereses? Bueno, es asumir que la blancura no es en sus mejores intereses. Y lo es. Y ellos lo saben. Así que no podemos deshacernos de eso”.
Jones nunca explicó lo que son de hecho estos “mejores intereses”. La presuposición que hay detrás de su afirmación infundada es que la autoidentificación racial es un interés de autoapoyo en sí mismo —de hecho, el interés supremo que abrumó a todos los otros.
El carácter intelectualmente fracasado, históricamente falso y políticamente reaccionario de las concepciones fijadas en la raza de Hannah-Jones encontraron su expresión más perturbadora y escalofriante cuando abordó el tema del antisemitismo y el genocidio llevado a cabo por el régimen nazi en Alemania. Hannah-Jones declaró:
He pensado mucho acerca de esto. Estoy leyendo este libro ahora que compara lo que la Alemania nazi hizo después del Holocausto con el sur estadounidense o los Estados Unidos. Y una cosa de la que te das cuenta es que Alemania, aunque al principio no quería, hizo una limpieza con todo lo que tenía que ver con el nazismo y en algunas maneras tuvo un ajuste de cuentas por lo que el país hizo. Pero eso es también porque no quedan judíos en Alemania, por lo tanto es fácil sentirse así cuando no tienes que ver todos los días a la gente contra la cual cometiste esas atrocidades, a diferencia de los Estados Unidos, donde nosotros somos un recordatorio constante.
Es difícil saber dónde empezar con la combinación mareante de Hannah-Jones de ignorancia, falsificación histórica y teoría racial anticientífica. Al no elaborar las implicaciones de sus opiniones, Hannah-Jones se acercó peligrosamente a respaldar la concepción de que el genocidio, al poner fin al encuentro diario de alemanes y judíos, fue una solución al racismo inherente. Hannah-Jones, por supuesto, no apoya el genocidio. Sin embargo, argumenta que una vez que los nazis mataron a los judíos, ello eliminó la fuente del problema racial subyacente y, por lo tanto, el antisemitismo desapareció en Alemania. En los Estados Unidos, por otro lado, el racismo ha persistido porque los blancos todavía tienen que ver a los negros e interactuar con ellos. No hay nada en esta narrativa retorcida con lo que un nazi no estuviera de acuerdo.
Pero es una narrativa que no tiene nada que ver con la historia de verdad. Como un tema preliminar, la afirmación de Hannah-Jones de que hubo “un ajuste de cuentas por lo que el país hizo” es una distorsión grotesca de la política alemana de postguerra. Es un hecho bien establecido que a la vasta mayoría de los oficiales nazis no se los hizo responder por sus crímenes. Muchos destacados nazis, incluyendo a individuos que desempeñaron un papel principal en el exterminio de los judíos, tuvieron exitosas carreras políticas, corporativas y académicas después de 1945.
Con la complicidad de los Estados Unidos, el programa de desnazificación implementado inicialmente tras la rendición de Alemania fue abandonado para que no interfiriera con la Guerra Fría contra la Unión Soviética. El nuevo gobierno federal, establecido en 1949 bajo el liderazgo del canciller Konrad Adenauer, ofreció un refugio seguro a innumerables nazis.
El principal consejero de Adenauer, Hans Globke, había desempeñado un papel central en la redacción de las leyes antijudías del régimen nazi. El nuevo jefe de la policía secreta de Alemania Occidental, Reinhard Gehlen, había sido el número dos del Fuehrer de las SS, Heinrich Himmler. Y de 1966 a 1969, un antiguo nazi, Kurt Kiesinger, fue el canciller del país. La lucha por un ajuste de cuentas con el legado del nazismo empezó en serio solo a finales de los '60, como consecuencia de la radicalización política de los estudiantes y jóvenes alemanes.
Hannah-Jones habló de manera frívola sobre el Holocausto, soltando de repente sus impresiones a medio hornear sobre un crimen de dimensiones asombrosas. La condena del racismo feroz y la opresión de los africanos-estadounidenses en el Sur de los EEUU (y en todo EEUU) no requiere, mucho menos justifica, comparaciones simplistas con el Holocausto. En el lapso de seis años, los nazis movilizaron el potencial industrial de una economía adelantada del siglo XX para exterminar sistemáticamente, con balas y gases venenosos, a los judíos europeos. Los nazis mataron a 6 millones de judíos, matando hasta el 90 por ciento del total de la población judía en cada uno de los países que invadieron.
La explicación de Hannah-Jones del Holocausto, y la supuesta ausencia de antisemitismo en la Alemania actual, procedían enteramente de premisas racialistas. El asesinato en masa de los judíos, insinuó, fue el resultado de un conflicto inherentemente racial entre alemanes y judíos. Ella acepta el marco fundamental de la teoría racial nazi: que los judíos alemanes constituían una raza y no una comunidad religiosa, que la existencia y los intereses de los judíos eran orgánicamente antagonistas a los de los alemanes, que la hostilidad al “otro” era inherente en ambos grupos, y que el conflicto violento entre las razas era inevitable.
Esta explicación del Holocausto se basa no en un estudio de hechos objetivos y fuerzas sociales, sino en mitología racialista. Los antisemitas alemanes no odiaban a los judíos porque los pudieran ver. El crecimiento del antisemitismo, como un movimiento político de finales del siglo XIX y principios del XX, surgió no de diferencias raciales inherentes entre los judíos y los alemanes (o, para el caso, los franceses). No existe la raza judía ni la raza aria. Los movimientos antisemitas políticamente motivados eran un producto de los antagonismos de clase creciente dentro de la sociedad capitalista a finales del siglo XIX y a principios del XX y de los esfuerzos de las élites gobernantes por romper el crecimeinto del movimiento socialista y la lucha de clases.
La principal función del antisemitismo político, tal como se desarrolló en Alemania, Austria-Hungría, Francia y otros países europeos, fue desviar la ira social creciente contra el capitalismo en una dirección reaccionaria, para eliminar la lucha de clases de la política y reemplazarla con una lucha mitológica entre las razas. El concepto de las diferencias “raciales” inherentes entre alemanes y judíos, donde no existía ninguna, fue desarrollado como una metodología pseudocientífica –apoyado por la grotesca falsificación de la teoría evolutiva conocida como darwinismo social [es decir, “la supervivencia del más apto”]– para oscurecer la verdadera estructura económica, política y de clase de la sociedad.
Costó mucho trabajo por parte de los intelectuales reaccionarios del siglo diecinueve el sentar los cimientos teóricos para el crecimiento de los movimientos antisemitas. Escribió el filósofo marxista húngaro Georg Lukács en La destrucción de la razón cómo los teóricos raciales de finales del siglo diecinueve intentaron “poner la raza en el lugar de la clase en la sociología”. Lukács escribió: “Esta inversión de la relación entre la política y la economía estaba conectada con el tema central del darwinismo social, es decir el esfuerzo por capturar biológicamente, y de esa manera hacer que desaparezca, cada distinción social, estratificación social, y la lucha de clases”.
No fue el caso, como afirmó Hannah-Jones, que los nazis llegaran al poder debido a una marejada de antisemitismo que surgió orgánicamente de las masas de alemanes no judíos.
En 1933, los judíos formaban solo el 1 por ciento de la población alemana, aproximadamente 600.000 de 60 millones. Los judíos, particularmente en los centros urbanos, habían desempeñado un papel importante en la vida cultural y profesional del país. En muchas partes del país, y particularmente las áreas rurales, el antisemitismo floreció a pesar de que la población local tuviera poco contacto o interacción con judíos. Contrariamente a la opinión de la señora Hannah-Jones, ver a los judíos no era una condición previa necesaria para odiarlos. Particularmente entre los campesinos y los pequeños hombres de negocios, el resentimiento frustrado de la opresión económica fue dirigido hacia la ira contra los “capitalistas judíos”. No sin razón se hacía referencia al antisemitismo como “el socialismo de los tontos”.
En cualquier caso, el antisemitismo no fue el principal factor que llevó a los nazis al poder. En La lógica del mal:Los orígenes sociales del Partido Nazi, 1925-1933, el historiador William Brustein escribe: “Hitler era lo suficientemente astuto como político como para darse cuenta de que a su furibundo antisemitismo le faltaba capacidad de atracción entre las masas alemanas. De hecho, parece que el Partido Nazi cada vez más relegaba el antisemitismo a un rol secundario respecto a llamamientos más materialistas”.
Los nazis generalmente suavizaban la retórica antisemita en los períodos electorales y, como Brustein observa: “Por más que a muchos de nosotros nos cueste creerlo, el antisemitismo nazi, aunque fue una fuerza motriz en la fundación del Partido Nazi, apenas explica el ascenso espectacular del NSDAP al poder”.
También es falso afirmar que la ausencia de judíos en la actual Alemania ha llevado a un declive del antisemitismo.
Primero que nada, Hannah-Jones se equivoca al decir que “no quedan judíos” en Alemania. De hecho, se estima que hay unos 80.000 judíos viviendo en Alemania hoy. Y desempeñan, a pesar de su cantidad reducida, un papel significativo en la vida intelectual y cultural del país.
Respecto a su afirmación de que la ausencia de judíos le ha permitido a Alemania “limpiar todo lo que tenía que ver con el nazismo”, un partido neonazi, el Alternative für Deutschland (AfD), es actualmente el tercer partido más grande en el parlamento federal. Los ataques a judíos en Alemania van en aumento, de los cuales el ataque del mes pasado a una sinagoga en Halle es solo el ejemplo más difundido. El lunes pasado, el diario israelí Haaretz publicó un artículo de opinión titulado “Los judíos alemanes que piensan que ahora es el momento de irse antes de que sea demasiado tarde —de nuevo”, que advierte de la existencia contemporánea de “miles de extremistas armados y una ultraderecha política en ascenso”.
El resurgir del fascismo alemán está arraigado en intereses políticos, especialmente los esfuerzos de las élites gobernantes para legitimar el reestablecimiento del militarismo y una agresiva política exterior imperialista. En este proceso, los académicos derechistas están intentando revisar la historia y minimizar los crímenes del régimen de Hitler.
La explicación de Hannah-Jones basada en la raza de la historia y la política alemana es fundamentalmente del mismo carácter que su presentación de la historia estadounidense. Hannah-Jones y el Proyecto 1619 del New York Times están utilizando la mitología racial para desviar los antagonismos de clase hacia la división racial. Si esta es la intención de Hannah-Jones o si ella incluso entiende las implicaciones de sus argumentos, está realmente fuera de tema.
El racismo en los Estados Unidos siempre ha servido como justificación ideológica de las formas brutales de explotación económica, primero bajo la esclavitud y luego particularmente mediante las políticas de la segregación del Jim Crow tras la Guerra Civil. El desarrollo de mitos raciales sobre la supuesta supremacía de los blancos se volvió un mecanismo crítico para bloquear la amenaza de un movimiento racialmente unificado de blancos y negros, primero contra la esclavitud y luego contra el sistema capitalista.
En aquel entonces, tal como ahora, la teoría de la raza es el mecanismo por el cual la clase gobernante justifica una estrategia para dividir y debilitar a la clase trabajadora, tapando sus objetivos con mentiras sobre las diferencias intrínsecas entre las razas, sobre la “blancura” y la “negrura” y otros sinsentidos semejantes.
Casi tan alarmante como los comentarios de Hannah-Jones fue la respuesta del público acomodado. El presidente de la NYU, Andrew Hamilton, no levantó ninguna objeción a sus comentarios ignorantes. Ni —con la excepción de un orador del Partido Socialista por la Igualdad, a quien le cortaron el micrófono— hubo respuesta crítica alguna a la interpretación racial de Hannah-Jones de la historia y los comentarios ignorantes sobre el Holocausto.
(Publicado originalmente en inglés el 26 de noviembre de 2019)