La publicación el lunes en el Washington Post de entrevistas con altos oficiales estadounidenses y comandantes militares sobre la guerra de casi dos décadas de EE. UU. en Afganistán ha ofrecido una condena a la criminalidad y fracaso abyecto de una intervención imperialista basada en mentiras.
El Post obtuvo entrevistas inéditas después de una batalla legal de tres años bajo la Ley de Libertad de Información. A pesar de que inicialmente no eran un secreto, el Gobierno de Obama procedió a clasificar los documentos después de que el diario intentó obtenerlos.
Las entrevistas realizadas entre el 2014 y 2018 como parte de un proyecto de “Lecciones aprendidas” iniciado por la oficina del Inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán (SIGAR, todas las siglas en inglés). El proyecto fue diseñado para analizar los fracasos de la intervención afgana para no repetirlos en la próxima invasión y ocupación ilegales de un país oprimido por parte del imperialismo estadounidense.
El director de SIGAR, John Sopko, le admitió abiertamente al Postque las entrevistas son evidencia irrefutable de que “se le ha mentido constantemente al pueblo estadounidense” sobre la guerra en Afganistán.
Lo que emerge de las entrevistas con más de 400 oficiales militares, fuerzas especiales, funcionarios de la Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID) y asesores de alto rango tanto de los comandantes estadounidenses como de la Casa Blanca, es un sentido de fracaso combinado con amargura y cinismo. Aquellos que participaron no esperaban que sus palabras se hicieran públicas.
Douglas Lute, un teniente general retirado del Ejército que sirvió como el “zar de guerra” en Afganistán bajo los Gobiernos de George W. Bush y Barack Obama, dijo a los entrevistadores gubernamentales en 2015, “Si el pueblo estadounidense supiera de la magnitud de esta disfunción… 2.400 vidas [de estadounidenses] perdidas. ¿Quién dirá que esta guerra fue en vano?”.
Stephen Hadley, el asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca bajo Bush, fue incluso más explícito en su admisión de la debacle del imperialismo estadounidense en Afganistán y otras partes. Les dijo a los entrevistadores de SIGAR que Washington no tienen ningún “modelo postestabilización que funcione”, añadiendo que esto no solo fue comprobado en Afganistán, sino también en Irak. “Siempre que tenemos una de estas cosas, es un juego de rejuntar piezas. No tengo ninguna confianza de que, si lo hiciéramos de nuevo, lo haríamos mejor”.
Ryan Crocker, quien sirvió como el principal oficial de Washington en Kabul bajo Bush y Obama, le comentó a SIGAR que “Nuestro proyecto principal, lamentablemente y sin querer, por supuesto, puede que haya sido el desarrollo de una corrupción masiva. Una vez que llega al nivel que vi cuando estuve ahí, es o bien increíblemente difícil o totalmente imposible repararla”.
Esta corrupción estuvo alimentada por los vastos gastos del Gobierno estadounidense en la supuesta reconstrucción de Afganistán —$133 mil millones, es decir, más de lo que Washington gastó, ajustado por la inflación, en todo el Plan Marshall para la reconstrucción de Europa Occidental después de la Segunda Guerra Mundial—. Como lo dejan claro las entrevistas, este dinero fue en gran medida a los bolsillos de los políticos y contratistas corruptos de Afganistán para financiar proyectos que el pueblo afgano ni necesitaba ni quería.
El antiguo encargado del Fondo Nacional para la Democracia (NED) de EE. UU. en Afganistán dijo en su entrevista que los afganos con los que trabajó “favorecían un enfoque socialista o comunista porque así es como recordaban las cosas la última vez que el sistema funcionaba”, es decir, antes de la insurgencia islamistas respaldada por la CIA en los años ochenta que derrocó el Gobierno respaldado por la Unión Soviética y que desató una prolongada guerra civil que cobró más de un millón de vidas. También culpó el fracaso de la reconstrucción estadounidense en un “apego dogmático a los principios de libre mercado”.
Un coronel del Ejército que asesoró a tres altos comandantes de EE. UU. en Afganistán manifestó en su entrevista que, para 2006, el Gobierno títere de EE. UU. en Kabul se había “autoorganizado en una cleptocracia”.
El personal militar estadounidense involucrado en lo que supuestamente era una misión central de entrenar a las fuerzas de seguridad afganas para que combatieran solos y defendieran el corrupto régimen respaldado por EE. UU. en Kabul dieron evaluaciones mordaces.
Un oficial de fuerzas especiales les dijo a los entrevistadores que la policía afgana que sus tropas estaban entrenando eran “horrendos—el fondo del barril de un país que ya está en el fondo del barril”, estimando que una tercera parte de los reclutas eran “drogadictos o talibanes”. Otro asesor de EE. UU. dijo que los afganos con los que trabajaba “apestaban a combustible para aviones” porque lo estaban contrabandeando desde la base para venderlo en el mercado negro.
Ante el continuo fracaso en frenar la insurgencia en Afganistán y crear un régimen y ejército viables y patrocinados por EE. UU., los oficiales estadounidenses mintieron. Todo presidente y sus comandantes militares, desde Bush a Obama y Trump, ha insistido en que ha habido “progreso” y que EE. UU. estaba ganando la guerra, o, como Trump lo dijo durante su viaje relámpago en que llegó y se fue de Afganistán para el Día de Acción de Gracias, “ha sido victorioso en el campo de batalla”.
Los mentirosos en la Casa Blanca y el Pentágono exigieron que aquellos en el terreno en Afganistán alimentarán las mentiras. “Las evaluaciones, por ejemplo, eran totalmente desconfiables, pero reforzaban que todo lo que hacíamos estaba bien y nos volvimos un cono de helado que se lame a sí mismo”, le indicó a SIGAR un asesor sobre contrainsurgencia del Ejército que trabajaba con los comandantes afganos.
Un oficial del Consejo Nacional de Seguridad explicó que todo revés se interpretaba como una señal de “progreso”: “Por ejemplo, ¿los ataques empeoraban? ‘Eso es porque hay más blancos para dispararles, así que más ataques son un falso indicador de inestabilidad’. Luego, tres meses después, ¿los ataques siguen empeorando? ‘Es porque los talibanes se están desesperando, así que es un indicador de que estamos ganando’”. El propósito de estas mentiras era justificar el continuo despliegue de tropas estadounidenses y la continua masacre en Afganistán.
En la actualidad, esta masacre tan solo se sigue intensificando. Según las Naciones Unidas, el año pasado hubo 3.804 civiles afganos asesinados en la guerra, el número más alto desde que la ONU comenzó a registrarlas hace una década. Los ataques aéreos de EE. UU. también están alcanzando un récord, matando a 579 civiles en los primeros 10 meses de este año, una tercera parte más que en 2018.
Las mentiras expuestas por las entrevistas de SIGAR han sido reproducidas por la obediente prensa corporativa, la cual le ha dado una atención mínima a la guerra más larga en la historia de EE. UU. La exposición más extensa de los crímenes de guerra de EE. UU. en Afganistán se produjo en 2010, con base en unos 91.000 documentos secretos filtrados por la valiente denunciante del Ejército de EE. UU., Chelsea Manning, y entregados a WikiLeaks. Julian Assange, el fundador de WikiLeaks, está actualmente en la prisión de máxima seguridad de Belmarsh en Londres enfrentándose a una extradición a EE. UU. bajo cargos en la Ley de Espionaje que conllevan una posible cadena perpetua o peor, por el “crimen” de exponer estos crímenes de guerra. Manning está encarcelada en un centro de detención federal en Virginia por rehusarse a rendir testimonio contra Assange.
El 9 de octubre de 2001, dos días después de que Washington lanzara su guerra de 18 años contra Afganistán y en medio del furor de la propaganda bélica del Gobierno estadounidense y la prensa corporativa, el World Socialist Web Site publicó una declaración intitulada, “Por qué nos oponemos a la guerra en Afganistán”. Expuso como una mentira el argumento de que era una “guerra por justicia y por la seguridad del pueblo estadounidense contra el terrorismo” e insistió en que “la acción en marcha de Estados Unidos es una guerra imperialista” en que Washington busca “establecer un nuevo marco político bajo el cual pueda ejercer su control hegemónico” tanto en Afganistán como en la región más amplia de Asia Central, “el hogar de los segundos yacimientos más grandes de petróleo y gas natural en el mundo”.
El WSWS declaró en ese momento: “Estados Unidos se encuentra en un punto de inflexión. El Gobierno admite que ha emprendido una guerra de una magnitud y duración indefinidas. Lo que sucede es la militarización de la sociedad estadounidense ante un recrudecimiento de la crisis social.
“La guerra afectará profundamente las condiciones de la clase obrera estadounidense e internacional. El imperialismo amenaza a la raza humana al principio del siglo veintiuno con la repetición a una escala más horrenda de las tragedias del siglo veinte. Más que nunca, el imperialismo y sus depredaciones suscitan la necesidad de la unidad internacional de la clase obrera y la lucha por el socialismo”.
Estas advertencias han sido plenamente confirmadas por los eventos criminales y trágicos de los últimos 18 años, incluso mientras el Washington Post se ve obligado a admitir el fracaso de esta sórdida intervención en Afganistán que apoyó previamente.
La debacle estadounidense en Afganistán es solo el preludio de un estallido mucho más peligroso del militarismo estadounidense, según Washington gira su estrategia global de la “guerra contra el terrorismo” a la preparación de una guerra contra las “grandes potencias” rivales, en primera instancia las potencias nucleares de China y Rusia.
La oposición a la guerra y la defensa de los derechos democráticos —planteadas más agudamente en la lucha por liberar a Julian Assange y Chelsea Manning— deben estar guiadas por una estrategia global que vincule conscientemente esta lucha con el estallido de las luchas sociales de la clase obrera internacional contra la explotación capitalista y la opresión política.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 10 de diciembre de 2019)