El jueves, Estados Unidos cruzó la sombría marca de los 900.000 decesos por COVID-19, según Worldometer. Todas las otras importantes fuentes de datos alcanzarán esta horrenda cifra en menos de una semana.
Mientras la variante ómicron impulsa los contagios y las hospitalizaciones por COVID-19 a niveles récord, 53.000 estadounidenses han perdido su vida en lo que va del año. Un estadounidense ha fallecido cada 45 segundos. El promedio de siete días actual es de 2.514 decesos diarios, más alto que cualquier otro pico excepto el del invierno anterior.
En 2020, hubo 351.754 fallecidos por COVID-19 en el país. En 2021, 475.680 murieron por el virus. Si el ritmo de muertes de enero continuara por el resto de 2022, 636.000 estadounidenses más habrán muerto en el tercer año de la pandemia.
Actualmente, los medios de comunicación impresos, televisivos y radiales simplemente ignoran la masiva cifra de muertes. El viernes, un día después de que BNO News reportara que 3.826 personas habían fallecido por COVID-19, NBC ni siquiera mencionó la pandemia en la primera mitad de su programa de noticias vespertinas, enfocándose en cambio en el tiempo y la policía de la ciudad de Nueva York.
Lejos de hacer algo para detener la ola continua de muertes masivas, todas las instituciones en la sociedad estadounidense, desde el Gobierno de Biden hasta los Gobiernos estatales y locales y las mayores corporaciones siguen apretando el acelerador de los contagios masivos.
El tono lo ha marcado la Casa Blanca de Biden. Tras forzar la reapertura de todas las escuelas y empresas y poner fin a las medidas de distanciamiento social, la Administración de Biden ha puesto la mira en las dos únicas medidas que quedan para detener la propagación del COVID-19: el uso de mascarillas por parte del público en general y el aislamiento de los infectados por COVID-19.
En una entrevista concedida a Politico esta semana, la directora de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés), Rochelle Walensky, abogó por acabar con el uso de mascarillas y el aislamiento. Afirmó: “Si hay muchos casos, la gravedad será tal que nuestros hospitales estarán bien... es más probable que nos quitemos las mascarillas. Y entonces, si tienes mocos, podrías decir: 'Muy bien, me voy a quedar en casa, porque eso es lo que hago cuando tengo mocos'. Pero no tienes que aislarte necesariamente”.
Todos los expertos en salud pública y los epidemiólogos serios abogan por el uso de mascarillas y el aislamiento en condiciones en las que una enfermedad que mata y discapacita al ritmo del COVID-19 se extiende por toda la sociedad. Hacer lo contrario es una receta para que toda la población se siga infectando y reinfectando. Esta es ahora la política deliberada del Gobierno de los Estados Unidos.
La variante ómicron “encontrará a casi todo el mundo”, dijo el Dr. Anthony Fauci a principios de este mes. “La mayoría de la gente va a contraer COVID”, dijo Janet Woodcock, directora de la Administración de Alimentos y Medicamentos.
Los llamamientos de Walensky para dejar de usar mascarillas y aislarse fueron reproducidas esta semana por un grupo de académicos partidarios de las infecciones masivas, que se autodenominan “Urgency of Normal” [Normalidad urgente]. El grupo está dirigido por Monica Gandhi, una defensora de la reapertura de las escuelas que tiene vínculos con la Casa Blanca y que ha minimizado continuamente a la pandemia y los peligros a los que se enfrenta la sociedad.
En un comunicado, el grupo escribe: “Las mascarillas deberían ser opcionales en las escuelas de EE.UU. (sugerimos que para el 15 de febrero), y también podemos volver a las normas de cuarentena anteriores a la pandemia: si estás enfermo, quédate en casa”.
Los comentarios de Walensky y la declaración de Gandhi y compañía han ido acompañados de un bombardeo masivo de propaganda contra el uso de mascarillas en los medios de comunicación estadounidenses, incluidos los medios alineados con el Partido Demócrata. Entre los titulares más recientes se encuentran: “El argumento en contra de las mascarillas en las escuelas” en el Atlantic; “Nuevas dudas sobre si los niños deben llevar mascarillas” en NPR; “¿Deben los niños llevar mascarillas en las escuelas? Tal vez no” en el San Francisco Chronicle; y “Dejemos que los niños se quiten las mascarillas tras la ola de ómicron” en el New York Times.
La importancia del uso de mascarillas, y especialmente de las de alta calidad, para reducir la propagación del COVID-19 es y siempre ha sido indiscutible. Pero desde el punto de vista de la clase gobernante, el uso de mascarillas es un recordatorio constante de que la pandemia no ha terminado y que la población debe tomar medidas para protegerse. Para que los trabajadores vuelvan al trabajo, las mascarillas deben desaparecer.
Estas demandas ya se están llevando a cabo en todo el mundo. El martes, la ciudad de San Francisco pondrá fin a sus requisitos de uso de mascarillas en interiores para oficinas y gimnasios, sentando las bases para que otras ciudades sigan su ejemplo.
En Dinamarca, donde los casos de COVID-19 están aumentando debido a la nueva subvariante más infecciosa de ómicron, llamada BA.2, el Gobierno pondrá fin a su exigencia de uso de mascarillas el 1 de febrero. A partir del jueves, ya no será necesario cubrirse la cara en ningún lugar del Reino Unido.
En la práctica, incluso la guía totalmente inadecuada de cinco días de aislamiento de los CDC es letra muerta. Una encuesta realizada por la Escuela Kennedy de la Universidad de Harvard señaló que “casi dos tercios de los trabajadores que declararon haber estado enfermos en el último mes durante el período de la encuesta dijeron que trabajaron a pesar de estar enfermos”, según el Wall Street Journal, y muchos citaron “razones financieras” y “miedo a represalias”.
En mayo de 2021, Walensky, bajo la dirección de Biden y del coordinador de la respuesta al coronavirus de la Casa Blanca, Jeff Zients, pidió a las personas vacunadas que dejaran de mantener el distanciamiento social y usar mascarillas. “Cualquiera que esté totalmente vacunado puede participar en actividades en interiores y exteriores, grandes o pequeñas, sin usar mascarillas ni guardar distanciamiento físico”, dijo. Esto hizo que casi todos los estados pusieran fin a los mandatos de uso de mascarilla en las semanas siguientes, preparando el terreno para la catastrófica ola de la variante delta que mató a más de 175.000 estadounidenses.
Según el New York Times, “el Sr. Biden, el Sr. Zients y otros en la Casa Blanca estaban eufóricos” ante el anuncio de Walensky en mayo pasado. “Quítense la mascarilla. Se ganaron el derecho”, dijo Biden al público ese mes.
Después de que el fin de estas restricciones provocara un aumento de los casos el verano pasado, Walensky y Biden se vieron obligados a dar marcha atrás y volver a instar a la población a utilizaran mascarillas. Pero en medio de los casos récord, la muerte de 3.000 personas cada día y hospitales más llenos que en cualquier otro momento de la pandemia, la Administración de Biden está renovando su impulso contra todas las medidas de salud pública.
En mayo de 2021, el abandono de las recomendaciones de uso de mascarillas se justificó con la falsa afirmación de que las personas vacunadas no transmiten el COVID-19. Hoy va acompañada de la promoción abierta de los contagios masivos, adoptando abiertamente la estrategia de “inmunidad colectiva” implementada por primera vez por la Administración de Trump.
En el Foro Económico Mundial de este mes, el cónclave anual de los oligarcas, se le preguntó al Dr. Anthony Fauci: “¿Realmente pasaremos de la pandemia a la endemia este año y se acelerará este proceso dada su capacidad de propagación y de ofrecer inmunidad a través de la infección?”.
En otras palabras, ¿los contagios masivos con COVID-19 son la respuesta adecuada a la pandemia?
A esto, Fauci respondió: “Yo esperaría que así fuera”, y añadió: “es una cuestión abierta si ómicron va a ser o no la vacuna compuesta por el virus vivo que todo el mundo espera”.
En 2020, Fauci y la coordinadora de la respuesta al coronavirus de la Casa Blanca, Deborah Birx, advirtieron que quienes promovían los beneficios de los contagios masivos –encabezados por el asesor de Trump, Scott Atlas— eran “peligrosos”. Birx escribió en un correo electrónico que los puntos de vista de Atlas eran “una verdadera amenaza para una respuesta integral y crítica a esta pandemia”, calificando a los defensores de sus puntos de vista como “un grupo marginal sin bases en materia de epidemias, salud pública ni experiencia en el terreno y de sentido común”.
Birx advirtió que seguir un enfoque de “inmunidad colectiva” causaría miles de muertes evitables y tendría inmensas ramificaciones en la salud pública, afirmando: “Todos conocemos las consecuencias a largo plazo de las simples infecciones virales: hemos visto la pericarditis, la miocarditis, incluso la cardiomiopatía, la vasculitis y la cuestión abierta desde hace tiempo de la relación con la autoinmunidad”.
En el año y medio transcurrido desde que Fauci y Birx hicieron estas advertencias de forma secreta, toda la élite política se ha adherido a las políticas promovidas por Atlas y Trump.
El COVID-19 se va a convertir en la “nueva normalidad”, en palabras del defensor de la eugenesia Ezekiel Emanuel. El público debe acoger los beneficios de la “inmunidad natural”, como declaró recientemente un artículo de opinión del Wall Street Journal.
Lo más preocupante de todo es que la información diaria sobre los casos y las muertes por COVID-19 está siendo atacada. El 2 de febrero, el Departamento de Salud y Servicios Humanos de EE.UU. pondrá fin a su requisito de que los hospitales informen de las muertes por COVID-19 todos los días.
La única fuente restante de notificación de muertes serán los CDC, que reciben sus informes de los departamentos de salud estatales. Sin embargo, la mayoría de los estados no informan a diario, y un número cada vez mayor de ellos pasarán a informar una vez a la semana en próximamente.
El modus operandi de la clase gobernante y sus apologistas de los medios de comunicación es claro: la pandemia de COVID-19 debe continuar por siempre. Cientos de miles de personas, principalmente aquellos con problemas de salud y ancianos, morirán, y la salud de millones más se verá comprometida cada año. Las muertes y los casos se reportarán cada vez menos, y los medios de comunicación, día a día, dejarán de informar al respecto.
Pero la estrategia de la clase gobernante para una pandemia perpetua está chocando frontalmente con un creciente movimiento de la clase trabajadora y de los jóvenes decididos a resistir el contagio masivo que está tomando la forma de una ola de huelgas y luchas para exigir protecciones contra la pandemia.
Este movimiento creciente de la clase trabajadora debe adoptar una estrategia de Cero COVID, basada en poner fin a la transmisión del COVID-19 mediante el rastreo de contactos, el aislamiento, cuarentenas y el cierre temporal de todas las escuelas y negocios no esenciales con una compensación total para todos los trabajadores y pequeños empresarios afectados.
La lucha contra las infecciones masivas es una lucha política contra la oligarquía financiera y todo el sistema capitalista. La tarea más crítica es construir una dirección socialista revolucionaria en la clase obrera, luchando por una estrategia global unificada para detener la pandemia y salvar vidas.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 28 de enero de 2022)