Durante el fin de semana, hubo protestas en varias ciudades chinas que se centraron en su mayoría en las universidades. Con base en las imágenes en redes sociales, estas manifestaciones no parecen ser masivas. No obstante, dado el carácter autoritario del régimen de Xi Jinping, las protestas representan eventos políticos significativos que sin duda socavan la imagen de estabilidad social y contento universal que Xi intentó presentar en el reciente congreso del Partido Comunista de China (PCCh).
La magnitud y los objetivos de las protestas han sido eclipsados por la respuesta de la prensa occidental, que las está aprovechando para propagandear contra la política de “cero COVID” de China. Durante los últimos dos años, ha exigido que China abandone el “cero COVID” sin importar cuántos millones de personas mueran o queden discapacitados por el virus. Si uno creyera esta propaganda, parecería que todo China está rogando por infectarse con COVID-19.
No cabe duda de que está en marcha una seria crisis social y política en China que se ha venido intensificando desde que el PCCh publicó el 11 de noviembre sus “Veinte artículos”, iniciando una relajación de la política de “cero COVID”. El lunes, la Comisión Nacional de Salud (CNS) de China reportó 40.347 casos nuevos de COVID-19, el quinto día consecutivo con infecciones récord en el brote más amplio geográficamente de China hasta la fecha.
En respuesta al recrudecimiento de la crisis de salud pública, los funcionarios locales han implementado confinamientos parciales y pruebas masivas en algunos de los distritos más afectados de Beijing, Cantón, Chongqing y otras ciudades, pero sin implementar los confinamientos a nivel de ciudad que han demostrado ser necesarios para suprimir completamente la transmisión viral.
Las protestas del fin de semana fueron provocadas por un incendio trágico el jueves en un alto edificio de apartamentos en Urumqi, provincia de Sinkiang, que dejó 10 fallecidos y nueve heridos.
La prensa occidental y varios comentaristas de las redes sociales chinas afirman que las barricadas colocadas por el confinamiento previnieron que los bomberos llegaran al edificio a tiempo. Pero esto lo contradice el hecho de que los bolardos o postes verticales que bloquean el tráfico fueron colocados años antes de la pandemia. Las afirmaciones de que los residentes no podían evacuar también fueron desmentidas por videos que muestran a residentes escapando del edificio. Además, el distrito donde ocurrió el incendio no estaba sujeto a un confinamiento estricto en ese momento.
El incendio trágico en Urumqi fue claramente el resultado de las medidas inadecuadas de seguridad antiincendios en el edificio y la falta de planificación urbana que previno el paso a los bomberos —problemas que existen en todas las grandes ciudades internacionalmente—.
Los manifestantes del fin de semana estuvieron motivados en gran medida por enfado hacia la negligencia de las autoridades municipales y simpatía hacia las víctimas mortales del incendio en Urumqi. Muy posiblemente un sector de los manifestantes, especialmente aquellos con acceso a los medios de comunicación occidentales, creen realmente que la política de “cero COVID” tuvo algo que ver en el desastre.
La restauración del capitalismo ha creado una capa social acomodada de la clase media que representa una base de apoyo importante para la burocracia del PCCh. Esta capa social es la que más probablemente utilice estas redes virtuales privadas u otros métodos para esquivar la “Gran Muralla Virtual” de China para poder acceder a los medios y redes sociales occidentales. Por ende, durante gran parte del año han sido bombardeados por una propaganda incansable que dice que “ómicron es leve”, que “si estás vacunado, contraer COVID es ahora como la gripe” y, ante todo, la mentira del presidente estadounidense Joe Biden de que “la pandemia se acabó”.
No obstante, sería incorrecto aceptar la representación de la prensa de que las protestas favorecen de forma unánime el abandono de las medidas contra el COVID y son políticamente reaccionarias. Cabe notar que hay varios reportes de estudiantes cantando “La internacional”, el himno socialista de solidaridad obrera internacional.
Pero también está el enojo de secciones menos acomodadas de la clase media, así como de la clase trabajadora, causado por los impactos económicos de la implementación del “cero COVID” por parte del PCCh. El Gobierno prácticamente no ha ofrecido asistencia financiera a los trabajadores durante los confinamientos y recientemente comenzó a cobrarle a la población las pruebas.
El pasado martes, miles de trabajadores de la fábrica de explotación de Foxconn en Zhengzhou protestaron contra sus horrendas condiciones y la falta de salario. La instalación, en la que hasta 350.000 trabajadores producen aproximadamente la mitad de los iPhones de Apple del mundo, está sometida a un sistema de circuito cerrado desde octubre debido a un brote de COVID-19. Para mantener la producción, los trabajadores han sido confinados en condiciones similares a las de una prisión en la fábrica en lugar de ser enviados a casa.
A diferencia de lo que alegan los medios occidentales, la protesta en las afueras de Foxconn no era “anticonfinamientos” ni se oponía al “cero COVID”. En cambio, además de exigir un salario completo, todos los trabajadores estaban utilizando mascarillas para prevenir contagios y también están luchando por pruebas de COVID-19 más regulares, aislamientos seguros y protocolos de cuarentena.
Lo que subyace a la frustración que impulsa las protestas en China es el hecho de que cualquier política de “cero COVID” aplicada exclusivamente en un país se enfrenta a problemas insuperables. No existe una solución nacional para la pandemia, que es fundamentalmente un problema mundial y requiere una respuesta coordinada a nivel global. Ante la falta de este movimiento mundial unificado, la crisis social y de salud pública en China no hará más que intensificarse en las próximas semanas y meses.
El mayor peligro lo afronta ahora la población anciana de China, que sigue siendo el grupo de edad menos vacunado del país, en gran parte debido a ideas erróneas sobre las vacunas y la medicina tradicional china. Según los últimos datos del CNS, 21 millones de chinos de 60 años o más no están en absoluto vacunados, y 21,5 millones de personas de más de 80 años no han recibido la dosis de refuerzo necesaria.
Un estudio publicado en mayo estimó que el levantamiento total de la política de “cero COVID” en China mataría a más de 1,6 millones de personas en el lapso de solo seis meses. Desde entonces, las tasas de vacunación se han estancado y la inmunidad ha disminuido para la mayor parte de la población china, lo que eleva aún más los peligros.
Más allá de los inmensos riesgos a los que se enfrentan los ancianos, toda la población china se enfrenta a la amenaza del COVID persistente, que puede afectar casi todos los órganos del cuerpo. En todo el mundo, decenas de millones de personas han quedado discapacitadas por el COVID-19, incluso personas con esquemas completos de vacunación. Los estudios han demostrado que el riesgo de desarrollar COVID persistente solo se reduce ligeramente con la vacunación, y que las reinfecciones con nuevas variantes agravan el riesgo de muerte y de COVID persistente, independientemente del estado de vacunación.
Es imperativo que la clase obrera china e internacional desarrolle una lucha conjunta para detener el levantamiento del “cero COVID” en China y para aplicar estos principios de salud pública a nivel internacional.
Solo a través de un despliegue coordinado a nivel mundial de pruebas masivas, rastreo de contactos, la renovación de la infraestructura, el uso de mascarillas de alta calidad, confinamientos pagados, el desarrollo de vacunas más avanzadas, y todas las demás medidas para prevenir la transmisión viral, se puede detener la pandemia de una vez por todas.
(Publicado originalmente en inglés el 28 de noviembre de 2022)