En las últimas semanas, se ha vuelto claro que Estados Unidos, así como Italia, Japón, Reino Unido, España y otros países de todo el mundo, están en medio de una importante ola de la pandemia de COVID-19. Se produce prácticamente sin conocimiento público ni informes en los medios corporativos ni comunicación de los funcionarios gubernamentales.
Ante la reapertura global de las escuelas en las próximas semanas después de las vacaciones de verano o invierno, cientos de millones de niños serán empacados como sardinas en aulas atestadas y mal ventiladas, alimentando la actual ola de contagios, mientras la sociedad no está del todo preparada.
Los siguientes datos para Estados Unidos demuestran la realidad de la ola actual:
· Durante las últimas seis semanas, la cantidad de SARS-CoV-2 en las aguas residuales aumentó 114 por ciento, según Biobot Analytics. El modelador de enfermedades infecciosas JP Weiland estima que esto significa que 419.000 estadounidenses están contrayendo COVID-19 a diario y que aproximadamente 4,2 millones de estadounidenses se encuentran infectados actualmente con el virus.
· Los datos de los CDC muestran que, en el último mes, las hospitalizaciones por COVID-19 han aumentado de 6.450 a 9.056 por semana, un salto de 40 por ciento.
· El índice de COVID-19 de Walgreens ahora muestra una tasa de positividad de pruebas de 44,7 por ciento a nivel nacional, el nivel más alto en la pandemia. Si bien el nivel de pruebas ha caído dramáticamente, esta cifra elevada es una clara señal de que está en marcha una ola. Los estados del sur y sureste del país como Florida, Alabama, Texas, Nuevo México, Nevada y California son los más impactados, en gran medida debido a que la ola de calor ha hecho que las personas se congreguen en interiores. Las tasas de positividad superan 50 por ciento en todos estos estados.
Los científicos se han visto obligados a estimar la propagación de COVID-19 a partir de las muestras de aguas residuales y siguiendo las hospitalizaciones porque el Gobierno federal ha dejado de contar los casos de COVID-19.
Esta es la primera ola de la pandemia desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Gobierno de Biden pusieron fin a las declaratorias de emergencia de salud pública por COVID-19 a inicios de mayo, lo que llevó a los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) y otras agencias a nivel global a abandonar sus informes de contagios de COVID-19.
La total falta de datos ha ido acompañada de un apagón mediático. Sin datos ni informes, el público recibe en gran medida su información sobre la propagación del COVID-19 de la cantidad de personas que conocen que están enfermas.
Algunos de los aspectos más básicos de la salud pública, como las pruebas, el rastreo de contactos y la notificación de brotes de enfermedades, se han desmantelado sistemáticamente.
Las pruebas, los tratamientos y las vacunas se están privatizando por completo y se venden a precios exagerados, inasequibles para la inmensa mayoría de la población. En el mercado privado, las vacunas actualizadas no estarán disponibles en EE.UU. hasta octubre como muy pronto –mucho después de la actual ola— y más tarde o nunca en el resto del mundo.
Cualquiera que sea la limitada cobertura de los medios de comunicación o las declaraciones oficiales sobre la actual ola pandémica, todas tratan de restarle importancia. En particular, existe un esfuerzo concertado por ignorar las secuelas científicamente demostradas de las infecciones por COVID-19, incluidos los síntomas prolongados conocidos como COVID persistente y el mayor riesgo de sufrir emergencias médicas, como infartos y accidentes cerebrovasculares, que rara vez se registran como muertes oficiales por COVID-19.
Entre los hallazgos recientes más alarmantes se incluyen:
· Un estudio prepublicado en junio constató que el SARS-CoV-2 puede atacar el nervio vago, potencialmente la fuente de muchos síntomas neurológicos del COVID persistente, así como de la falta de aliento.
· La infección de COVID-19 se ha relacionado con un mayor riesgo de ataques cardiacos para todas las edades. Un estudio publicado en septiembre del año pasado reveló un asombroso aumento del 30 por ciento de los infartos entre las personas de 25 a 44 años durante los dos primeros años de la pandemia. La Dra. Susan Cheng, coautora del estudio, señaló: “Obviamente, no se supone que los jóvenes mueran de infartos. En realidad, no se supone que deban sufrir infartos”
· Una investigación publicada el mes pasado en Nature calculaba que aproximadamente “400 millones de individuos en todo el mundo necesitan asistencia por el COVID persistente”. Los autores concluían: “La carga que supone el COVID persistente para los pacientes, los profesionales sanitarios, los Gobiernos y las economías es tan grande que resulta insondable”.
Múltiples estudios han demostrado que todos los riesgos asociados a las infecciones por COVID-19 se agravan con cada reinfección. De hecho, una de las características más preocupantes de la ola actual es que se está produciendo en condiciones en las que prácticamente toda la población ha sido previamente infectada por COVID-19 o está totalmente vacunada. En otras palabras, más de 400.000 estadounidenses y millones más en todo el mundo están sufriendo infecciones o reinfecciones cada día.
Mientras tanto, la evolución viral continúa sin cesar. El SARS-CoV-2 cambia constantemente, encontrando formas más innovadoras de replicarse en toda la población mundial. La actual ola de la pandemia está siendo impulsada en parte por la variante de ómicron EG.5, apodada “Eris” por los científicos. Representa más del 35 por ciento de todos los casos secuenciados en el mundo y es ahora la variante más prevalente en Estados Unidos y otros países. Es descendiente de las variantes recombinantes de ómicron XBB, que han prevalecido en todo el mundo desde el invierno pasado.
Una de las mutaciones clave de Eris es atribuible al uso de anticuerpos monoclonales, como predijeron los científicos hace meses. Los científicos vigilan ahora otra mutación que, combinada con la anterior, produce una mayor evasión del sistema inmune e infecciones más graves. Esta combinación, denominada “FLip”, es más frecuente en España y Brasil, donde se ha registrado un rápido aumento de los casos en las últimas semanas.
El destacado inmunólogo Yunlong Richard Cao explicó recientemente que el reciente cambio evolutivo “es un paso muy inteligente del virus”. Predijo que este invierno se producirán nuevas mutaciones que permitirán al virus infectar más fácilmente a los vacunados.
Estos avances suscitan una gran preocupación sobre la trayectoria futura de la pandemia. En efecto, la sociedad mundial se está viendo obligada a aceptar la premisa de que un coronavirus peligroso, altamente transmisible y en rápida evolución matará a millones de personas cada año y simplemente hay que soportarlo. Nunca antes en la historia moderna ha habido tal nivel de indiferencia ante lo que sigue siendo un enorme desastre de salud pública.
Por muy mala que fuera la respuesta en 2020, en aquel momento los Gobiernos se vieron obligados a aplicar medidas limitadas de salud pública. Ahora, en el peor de los casos que evolucione una variante mucho más peligrosa con una inmunoevasión total, un mayor índice de mortalidad y una mayor infectividad, hay que suponer que la respuesta de los Gobiernos mundiales sería no hacer nada. Los capitalistas están decididos a no volver nunca a la era anterior de la salud pública.
Mientras se despilfarran billones en guerras y rescates bancarios, prácticamente no se destinan recursos a la salud pública ni a las infraestructuras sociales necesarias para prevenir la transmisión de enfermedades, tratar a los pacientes afectados o desarrollar vacunas y terapias más avanzadas. Las burocracias sindicales, firmemente integradas en el Estado capitalista, desempeñan un papel esencial en sofocar la lucha de clases, permitiendo que las corporaciones se salgan con la suya en el asesinato social.
La clase obrera internacional no puede aceptar esta nefasta situación. En todas las escuelas, fábricas, almacenes y otros lugares de trabajo, los trabajadores deben formar comités de seguridad de base para asumir la lucha en defensa de la salud y el bienestar de los trabajadores y de la sociedad en su conjunto. La salud pública y las instalaciones sanitarias se encuentran entre las conquistas sociales más importantes conseguidas por la clase obrera a través de luchas encarnizadas y ahora están siendo arrebatadas por los capitalistas y sus políticos en todo el mundo.
La Alianza Internacional Obrera de Comités de Base (AIO-CB), formada en 2021 en parte para organizar un movimiento de la clase obrera para detener la pandemia, continúa liderando esta lucha y luchando por todas las formas de seguridad en los lugares de trabajo. A medida que la crisis global del capitalismo se profundiza, es aún más vital que la AIO-CB se construya como el eje de la oposición de la clase obrera internacional a la pandemia y la guerra, y para garantizar aumentos salariales que superen la inflación y todos los derechos sociales de la clase obrera.
(Publicado originalmente en inglés el 7 de agosto de 2023)