La cumbre de Camp David celebrada el pasado viernes entre el presidente de EE.UU., Joe Biden, el primer ministro japonés, Fumio Kishida, y el presidente de Corea del Sur, Yoon Suk Yeol, marcó un hito ominoso en la acelerada carrera de EE.UU. hacia la guerra con China.
Bajo el pretexto de mantener “la paz y la estabilidad” en Asia y “disuadir a China”, el imperialismo estadounidense y sus dos principales aliados militares en el noreste asiático acordaron a colaborar en materia militar y económica, que solo puede significar que se preparan para la guerra. Esto incluye juegos de guerra conjuntos anuales, un mayor intercambio de inteligencia militar, la consolidación de las cadenas de suministro y una línea directa entre los tres líderes para responder a crisis.
La cooperación militar de Japón y Corea del Sur, que albergan importantes bases estadounidenses y decenas de miles de soldados, es esencial para los planes de guerra de Estados Unidos contra su rival nuclear. Las comunicaciones y el intercambio de inteligencia son vitales en cualquier conflicto moderno. Pero es especialmente importante para la coordinación de los sofisticados sistemas de misiles antibalísticos en Japón y Corea del Sur, que son cruciales para la estrategia del Pentágono en caso de una guerra nuclear con China.
El hecho de que Biden haya sido capaz de superar la larga hostilidad engendrada por la brutal colonización japonesa de Corea ha sido aplaudido en los círculos dirigentes estadounidenses. Un artículo de opinión del Washington Post lo aclamaba como un “importante logro de Biden”, que representaba un gran paso hacia “una nueva alianza trilateral” para contrarrestar “las crecientes amenazas de Corea del Norte y China”.
The Wall Street Journal dedicó un editorial al “éxito de Biden en el norte de Asia”, declarando que la cumbre había sido “un éxito diplomático en lo simbólico y en lo sustancial”. Rechazó las críticas de que la reunión no había logrado establecer un pacto similar al de la OTAN que comprometiera a las tres potencias a una acción militar, declarando: “Estados Unidos tiene fuerzas desplegadas en Japón y Corea del Sur, y nadie piensa que esas tropas se quedarán en sus cuarteles si uno de los países es atacado”.
Al mismo tiempo, el editorial declaraba que Biden tenía que hacer mucho más para potenciar el ejército estadounidense y comprometer a Japón y Corea del Sur con el fin de marginar económicamente a China. “En una región en la que China busca el dominio militar y económico, no hay sustituto para la influencia que supone el poder militar duro de Estados Unidos y el libre comercio”, escribía.
Aunque se menciona a Corea del Norte como una amenaza, nadie duda de que China es el principal objetivo de la alianza militar trilateral liderada por Estados Unidos. Incluso mientras emprende imprudentemente una guerra cada vez más intensa contra Rusia en Ucrania, el imperialismo estadounidense considera a China como la principal amenaza a la hegemonía global estadounidense posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Una entrevista de Der Spiegel este mes con Elbridge Colby, asesor de seguridad nacional en la Administración de Trump, se titula “La estrategia estadounidense en el conflicto entre grandes potencias: Xi es mucho más peligroso que Putin”. Colby, cuyo abuelo dirigió la CIA bajo el mandato del presidente Nixon, “exige que solo los europeos lleven la carga de la guerra en Ucrania. Estados Unidos necesita todos sus recursos para prepararse para una guerra con China”, explica la revista alemana.
Al igual que la guerra de Ucrania, que es producto del cerco de la OTAN en torno a las fronteras rusas desde la disolución de la Unión Soviética y el golpe de extrema derecha de 2014 en Kiev respaldado por EE.UU., la creciente confrontación de EE.UU. con China tiene profundas raíces históricas.
Tras el acercamiento entre Nixon y Mao en 1972, el imperialismo estadounidense utilizó a China como ariete contra la URSS. Posteriormente, cuando el Partido Comunista Chino abrazó la restauración capitalista, China fue utilizada como una inmensa fuente de mano de obra barata. Sin embargo, el propio crecimiento chino hasta convertirse en la segunda mayor economía del mundo ha empezado a socavar la posición global de Washington.
Los preparativos estadounidenses para una guerra contra China comenzaron con el “pivote hacia Asia” de la Administración de Obama, una estrategia diplomática, económica y militar global destinada a socavar la influencia china en Asia, forjar un bloque económico excluyendo a Beijing e incrementar las fuerzas militares y las alianzas estadounidenses en toda la región. El “reequilibrio” militar, que asigna el 60 por ciento de los recursos aéreos y navales del Pentágono al Indo-Pacífico, se completó en 2020, y la expansión militar continúa rápidamente.
El Gobierno de Trump continuó la confrontación, imponiendo aranceles punitivos y sanciones económicas a China que se han mantenido y ampliado en gran medida bajo la Administración de Biden. En nombre de la “seguridad nacional”, Biden, el vicepresidente bajo Obama, ha prohibido ciertas exportaciones destinadas a paralizar las industrias chinas de alta tecnología y garantizar el dominio tecnológico estadounidense tanto en el ámbito económico como en el militar.
Biden ha forjado una alianza trilateral con Japón y Corea del Sur después de haber impulsado el Diálogo Cuadrilateral de Seguridad, o Quad, una agrupación cuasi militar con India, Japón y Australia. Además, el año pasado formalizó el pacto AUKUS con Reino Unido y Australia, que dotará a este último país de submarinos de ataque de propulsión nuclear y de una capacidad de misiles muy ampliada, al tiempo que lo transformará en un ancla meridional para una guerra con China al abrir aún más sus bases a las fuerzas estadounidenses.
La estrategia estadounidense en Asia tiene otra similitud con la guerra de Ucrania. Al igual que incitó a Moscú a invadir Ucrania, Estados Unidos está socavando deliberadamente las bases de sus relaciones diplomáticas con China: el estatus de Taiwán. Washington prácticamente ha hecho trizas la política de una sola China, en virtud de la cual reconocía a Beijing como el Gobierno legítimo de facto de toda China, incluido Taiwán. Al impulsar acuerdos económicos y militares con Taiwán, Washington está provocando a Beijing para que invada la isla y proporcione el pretexto para una guerra.
El mundo se parece cada vez más al manicomio que precedió a la Segunda Guerra Mundial, con la formación de bloques económicos y pactos militares que culminaron en un desastroso conflicto global que se cobró la vida a decenas de millones de personas. En respuesta a la agresiva estrategia del imperialismo estadounidense y sus aliados, China y Rusia se están viendo impelidas a unirse. En la cumbre en marcha de los BRICS, en la que participan los líderes de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, el presidente chino Xi Jinping aboga por la expansión de los BRICS y su transformación en una agrupación para contrarrestar las agresiones económicas lideradas por Estados Unidos.
La zambullida a una guerra mundial se debe a la crisis del capitalismo global, centrada en el imperialismo estadounidense, que no se detendrá ante nada para mantener su dominio mundial. En su introducción a la Escuela de Verano Internacional 2023 del Partido Socialista por la Igualdad (EE.UU.), David North, presidente editorial del World Socialist Web Site, explicó:
La comprensión del carácter fundamentalmente existencial de la crisis requiere el reconocimiento de que la provocación deliberada de esta guerra y la temeraria determinación de escalar el enfrentamiento tanto con Rusia como con China, dos potencias con armas nucleares, no son producto meramente de una agresión irracional. Como en la década de 1930, las clases dominantes no ven otra salida a su crisis que la guerra. En 1938, Trotsky escribió en el inicio del Programa de Transición que las potencias imperialistas eran incluso menos capaces de evitar la Segunda Guerra Mundial que en vísperas de la Primera Guerra Mundial. Es posible afirmar, con la misma urgencia, que las élites capitalistas de América del Norte y Europa son menos capaces de prevenir la Tercera Guerra Mundial que el estallido de la Segunda Guerra Mundial.
Se debe suponer que la Administración de Biden no ignora por completo la alta probabilidad de que una guerra nuclear resulte en la muerte de decenas de millones de personas y la destrucción de los Estados Unidos; deberíamos decir cientos de millones de personas solo en los Estados Unidos. Pero esto únicamente puede significar que una guerra nuclear es vista por las élites gobernantes como un riesgo necesario para lograr objetivos aún más críticos para la supervivencia del capitalismo estadounidense. Además, desde el punto de vista de la clase dominante, un Estados Unidos sin capitalismo es un país al que no vale la pena salvar.
Sin embargo, un holocausto nuclear no es inevitable. Las mismas contradicciones del capitalismo que impulsan un conflicto nuclear están alimentando el crecimiento de las luchas de la clase obrera internacional, que se ve obligada a soportar cargas económicas cada vez mayores.
Para prevenir tal catástrofe, los trabajadores deben comprender que la causa de las guerras y de la guerra de clases que se libra contra las condiciones de vida es la misma: el sistema de lucro y su división ruinosa de la economía mundial en Estados nación rivales. Solo un movimiento internacional de la clase obrera contra la guerra que luche por derrocar el capitalismo e instaurar el socialismo bastará para evitar las guerras. Esta es la perspectiva revolucionaria por la que lucha el Comité Internacional de la Cuarta Internacional, el movimiento trotskista mundial.
(Publicado originalmente en inglés el 22 de agosto de 2023)