En una declaración el sábado en su plataforma de redes sociales y luego en un discurso de campaña esa noche en New Hampshire, el expresidente Donald Trump hizo su amenaza más explícita hasta la fecha de encarcelar o matar a sus oponentes políticos si regresa a la Casa Blanca, denunciando a “matones radicales de izquierda que viven como alimañas”.
En las últimas palabras de un discurso de casi dos horas, Trump declaró: “Les prometemos que erradicaremos a los comunistas, marxistas, fascistas y matones de la izquierda radical que viven como alimañas dentro de los confines de nuestro país, que mienten, roban y engañan en las elecciones. Harán cualquier cosa, ya sea legal o ilegalmente, para destruir a Estados Unidos y destruir el ‘sueño americano’”.
Continuó expresando los temores reales de la clase capitalista estadounidense de que su enemigo más peligroso está dentro de los Estados Unidos, no fuera: “La verdadera amenaza no proviene de la derecha radical. La verdadera amenaza proviene de la izquierda radical, y está creciendo cada día, cada día, la amenaza de las fuerzas del exterior es mucho menos siniestra, peligrosa y grave que la amenaza interna. Nuestra amenaza viene desde adentro”.
El hecho de que Trump, el expresidente y actual favorito en las primarias republicanas, esté anunciando públicamente planes para establecer una dictadura presidencial debe ser tomado como una advertencia por parte de los trabajadores y los jóvenes. Ciertos sectores de la clase dominante estadounidense, enfrentados a una creciente ola de huelgas y protestas masivas contra la guerra, favorecen la creación de una dictadura fascista.
El discurso del Día de los Veteranos fue el uso más abierto de Trump del lenguaje hitleriano, amenazando con destruir a sus enemigos si regresa al poder. Una serie de comentarios en la prensa corporativa señalaron las similitudes entre sus discursos y los de los líderes fascistas de la década de 1930. Una columna en el Washington Post citó pasajes de Mein Kampf y sus paralelismos en los recientes discursos de Trump, incluida la descripción de los opositores como “alimañas”, la acusación a un grupo específico (los judíos para Hitler, los migrantes para Trump) de “envenenar la sangre” de la nación, y la afirmación de que el enemigo más peligroso de la nación estaba dentro, en la izquierda socialista y comunista, no fuera.
Sin embargo, ninguno de estos comentarios en la prensa sugirió que la repetición de Trump de los discursos de Hitler fuera más que una coincidencia y algo consciente y deliberado. Es un admirador desde hace mucho tiempo de la figura más monstruosa del siglo XX. Al menos una de sus exesposas le dijo a un biógrafo que Trump tenía un libro de los discursos de Hitler en su mesita de noche. Su padre Fred había pertenecido al Ku Klux Klan y se sabía que tenía simpatías nazis, que transmitió, junto con mil millones de dólares, a su hijo.
El sábado no fue la primera vez que Trump hizo tales comentarios. Ya en un discurso en octubre de 2019 ante una audiencia en Minnesota compuesta principalmente por policías, declaró que sus oponentes políticos eran culpables de “traición”, amenazó con una “guerra civil” y dijo que permanecería en el cargo durante “16 años más”.
A lo largo de 2020, Trump buscó un pretexto para lanzar un golpe militar-policial contra la población estadounidense, primero en respuesta a las protestas masivas por el asesinato policial del 25 de mayo de George Floyd en Minneapolis, luego, cuando la alta probabilidad de su derrota en las elecciones presidenciales se hizo evidente, para anular el resultado de esa votación. Después de las elecciones, despidió al secretario de Defensa que se había opuesto al uso de la Ley de Insurrección, mediante la cual buscaba declarar la ley marcial, e instaló a funcionarios leales en el Pentágono. Sus esfuerzos por permanecer en el poder culminaron en el ataque fascistizante al Capitolio del 6 de enero de 2021, que por poco no logró capturar al vicepresidente Mike Pence y a la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, e interrumpir la transferencia de poder a Biden.
Todos estos hechos son bien conocidos en Washington y ocasionalmente los medios comentan al respecto. Pero lo que se excluye por completo en tales discusiones es la pregunta más fundamental. ¿Qué dice sobre Estados Unidos en 2023 que una figura fascista como Trump desempeñe un papel tan prominente en el panorama político? ¿Cómo es posible que un expresidente que buscó derrocar la Constitución para permanecer en el poder hace menos de tres años sea holgadamente el principal candidato para la nominación presidencial del Partido Republicano, y actualmente lleva la delantera en muchas encuestas frente al presidente demócrata Joe Biden en las elecciones de 2024, en menos de un año?
La responsabilidad principal de esta situación recae en el Partido Demócrata y en el propio Biden, que han cedido una y otra vez al Partido Republicano en los últimos tres años con tal de obtener un apoyo bipartidista para el objetivo principal del Gobierno de Biden: preparar y llevar a cabo un programa de agresión militar que ha empujado a la humanidad al borde de una Tercera Guerra Mundial.
La decisión más importante del presidente Biden se produjo pocos días después de su entrada en la Casa Blanca: no emprendería un esfuerzo serio para obligar a Trump y a los republicanos a rendir cuentas por el intento de golpe de Estado del 6 de enero ni sus ataques generales a los derechos democráticos. La transformación del Partido Republicano en una organización cada vez más fascistizante fue tolerada, incluso acomodada.
Dos tercios de los republicanos en el Congreso votaron en contra de certificar a Biden como el ganador de las elecciones de 2020, horas después de que la mafia inspirada por Trump fuera dispersada del Capitolio. Sin embargo, Biden ha tratado incansablemente de llegar a un acuerdo con los republicanos del Congreso a través de concesiones en política nacional, siempre que los republicanos apoyen la política antirrusa que ha sido el foco del Partido Demócrata desde que una banda de fascistas pro-OTAN tomara el poder en Ucrania en el golpe del Maidán de 2014.
La expansión de la OTAN, apoyada por EE.UU., a las fronteras de Rusia finalmente logró provocar la invasión reaccionaria de Putin a Ucrania en 2022, lo que ha llevado al actual atolladero militar. El estallido de la guerra entre Israel y Gaza se ha convertido en el pretexto para una mayor escalada del militarismo estadounidense, esta vez dirigido contra Irán y sus aliados, incluidos Siria, los hutíes en Yemen y Hezbolá en Líbano. Se avecina una guerra regional. El objetivo final del imperialismo estadounidense es China, y las guerras en Ucrania y Gaza solo son pasos hacia una guerra aún más terrible entre Estados Unidos y China que amenazaría la supervivencia humana.
Trump es particularmente franco sobre su intención de establecer una dictadura, pero esta es una política de clase, no personal. El multimillonario bocazas solo está dando voz a tendencias mucho más profundas que también se manifiestan a través del Partido Demócrata. El impulso a la guerra requiere la represión de los derechos democráticos en el país y la imposición de los costos de la guerra a la clase trabajadora.
El Gobierno de Biden y los demócratas están denunciando actualmente cualquier crítica al Gobierno israelí como antisemitismo, exigiendo efectivamente que se prohíban las críticas. La acusación de antisemitismo es totalmente falsa y sirve como tapadera política. El verdadero significado de tales argumentos es atacar el derecho democrático del pueblo estadounidense a criticar la política exterior del Gobierno de los Estados Unidos. Las críticas en tiempo de guerra serán denunciadas como traición y criminalizadas.
En última instancia, la clase dominante estadounidense buscará lidiar con su enemigo más poderoso en casa, la clase trabajadora, con los métodos que Benjamín Netanyahu está empleando actualmente en Gaza. No habrá límites o “líneas rojas” para la policía y el ejército en la represión interna. El Partido Demócrata no representa una oposición auténtica a Trump, solo una ruta diferente hacia el mismo objetivo de instaurar un gobierno autoritario y aplastar violentamente los derechos democráticos.
Por el momento, existen diferencias entre Biden y Trump en cuanto a los métodos que se emplearán para defender los intereses de la élite gobernante capitalista. Trump favorece el uso inmediato de la fuerza, en los niveles más sangrientos. Biden considera que un curso más seguro consiste en apoyarse en los sindicatos para contener y sofocar la lucha de clases, así como en válvulas de seguridad de “izquierda” como Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez para mantener a la clase trabajadora ligada políticamente al Partido Demócrata, y a través de éste, al sistema capitalista.
Pero estos instrumentos para controlar y desviar la lucha de clases se encuentran cada vez más desacreditados. Los trabajadores están desafiando a los sindicatos rechazando contratos y forzando huelgas. Están empezando a organizarse de forma independiente, siguiendo el ejemplo de la Alianza Internacional Obrera de Comités de Base (AIO-CB), establecida por iniciativa del movimiento trotskista mundial.
El Partido Demócrata inicia un año de elecciones presidenciales con un gobernante de 80 años ampliamente despreciado cuya decrepitud personal refleja el estado del sistema bipartidista capitalista en su conjunto y las pretensiones reformistas de los demócratas en particular. Millones de trabajadores y jóvenes miran con disgusto la posibilidad de una revancha entre Biden y Trump. Quieren una alternativa real, que está siendo proporcionada por el Partido Socialista por la Igualdad.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 13 de noviembre de 2023)