Hace dos años, el 24 de febrero de 2022, el imperialismo estadounidense y sus aliados europeos lograron provocar que Rusia invadiera Ucrania. Washington, Berlín, Londres y París habían buscado por mucho tiempo incitar una guerra de plena escala con el régimen reaccionario y nacionalista de Vladímir Putin a fin de someter a Rusia como una semicolonia y consolidar su dominio sobre toda Eurasia.
La guerra es la más sangrienta en Europa desde la matanza de la Segura Guerra Mundial. Aproximadamente medio millón de ucranianos y decenas de miles de rusos han sido masacrados, y millones se han visto obligados a dejar sus hogares. El imperialismo estadounidense y el alemán están intensificando el conflicto de forma temeraria, sin considerar las consecuencias. Esto incluye la posibilidad inminente de un conflicto nuclear entre EE.UU. y Rusia, que pondría en cuestión la supervivencia misma de la humanidad.
En una declaración publicada apenas horas después de la invasión rusa, titulada “¡Opónganse a la invasión de Ucrania por parte del Gobierno de Putin y al belicismo de EE.UU. y la OTAN! ¡Por la unidad de los trabajadores rusos y ucranianos!, el Comité Internacional de la Cuarta Internacional rechazó firmemente la incesante propaganda de la élite política y mediática, que representaba el conflicto como la “guerra de agresión no provocada de Putin”. Según este relato absurdo, el presidente ruso orquestó la guerra ucraniana como parte de un plan maestro para conquistar Europa. Solo la fuerza militar podía detenerlo.
En realidad, Estados Unidos encabezó a partir de la década de 1990 una campaña sistemática para ampliar el territorio de la OTAN hacia el este y cercar Rusia, violando las promesas hechas al régimen estalinista cuando disolvió la Unión Soviética. En febrero de 2014, Washington y Berlín patrocinaron el golpe de Estado del Maidán, un movimiento ultraderechista liderado por fuerzas abiertamente fascistas, que derrocaron al presidente elegido y prorruso Víktor Yanukóvich e instalaron un régimen títere prooccidente en Kiev. Como respuesta, Rusia anexó Crimea tras un referéndum.
Analizando las raíces históricas más profundas del conflicto, el CICI escribió.
El actual enfrentamiento con Rusia es el resultado de una estrategia geopolítica seguida por Estados Unidos desde la disolución de la URSS hace 30 años. Su objetivo ha sido la hegemonía mundial estadounidense, utilizando el poder militar para compensar el declive económico. Este ha sido el origen de la numerosa e interminable serie de guerras lanzadas por EE.UU., que incluyen la invasión y/o el bombardeo de Irak, Somalia, Serbia, Afganistán, Libia y Siria. Por supuesto, esta historia de guerras ilegales no se menciona en los medios de comunicación hoy en día.
Los dos años transcurridos han confirmado cabalmente este análisis. El principal responsable de escalar el conflicto ha sido el imperialismo estadounidense, con el fuerte apoyo de Alemania, Reino Unido, Francia y Canadá. Los imperialistas han enviado decenas de miles de millones de dólares y euros en armas potentes a Ucrania para alimentar el conflicto, han organizado el despliegue de decenas de miles de tropas adicionales de la OTAN a Europa del este, y han amenazado el mundo con una guerra nuclear con Rusia. En casa, han subordinado todos los aspectos de la sociedad a la guerra imperialista, mediate aumentos masivos del gasto militar, la evisceración de los programas sociales y el giro abierto a formas autoritarias de gobierno y a fuerzas políticas de extrema derecha para aplastar la oposición popular.
Mientras proclaman repetidamente su determinación de defender la “democracia”, las potencias imperialistas han cooperado estrechamente con fuerzas fascistas en Ucrania, los descendientes políticos de los colaboradores nazis durante la Segunda Guerra Mundial que participaron en la guerra de exterminio contra la Unión Soviética y el Holocausto.
No hay nada accidental en la íntima alianza entre las potencias de la OTAN y la cúpula militar y política infestada de fascistas de Ucrania. Más bien, demuestra que el conflicto actual, al igual que la guerra de los nazis contra la Unión Soviética hace ocho décadas, es una guerra imperialista que procura el saqueo, los mercados y la hegemonía geoestratégica. Este hecho fue subrayado por la ovación de pie y unánime que recibió el veterano de las Waffen-SS y criminal de guerra nazi Yaroslav Hunka en septiembre por parte del Parlamento canadiense y los embajadores de los otros Estados miembros del G-7.
Los Gobiernos imperialistas no tienen ni una pizca de preocupación por la “democracia” en Ucrania. En realidad, tienen la intención de integrar Ucrania en su esfera de influencia, como parte de su campaña para dividir la Federación Rusa, apoderarse de sus recursos naturales y, de este modo, prepararse para el conflicto militar con China. Siguiendo esta estrategia, están decididos a luchar hasta el último ucraniano, como lo demuestran los cientos de miles de ucranianos, abrumadoramente jóvenes, que han sacrificado en el campo de batalla.
Las estimaciones sugieren que hasta 500.000 soldados ucranianos han sido asesinados desde que comenzó la guerra, incluidos más de 100.000 en la catastrófica “ofensiva” de 2023 instigada por las potencias imperialistas. La indiferencia de los imperialistas ante una pérdida tan horrible de vidas humanas se ve replicada por su apoyo incondicional al genocidio de Israel en Gaza, donde más de 30.000 palestinos han sido masacrados en poco más de cuatro meses con armas suministradas por Estados Unidos al Gobierno de extrema derecha de Netanyahu.
La escalada imprudente de las potencias imperialistas de la guerra con Rusia en Ucrania y su respaldo desenfrenado a la ofensiva genocida de Israel contra los palestinos ponen al descubierto lo que realmente es el “orden internacional basado en reglas”, sostenido constantemente por Biden, Scholz y compañía como una alternativa a la “brutalidad” de Putin. La defensa de la posición hegemónica global del imperialismo estadounidense, cuya base económica se ha erosionado constantemente en las últimas décadas, solo puede llevarse a cabo recurriendo a métodos cada vez más bárbaros que se asemejen a los horrores de las dos guerras mundiales imperialistas del siglo XX.
La mentalidad sanguinaria de los Estados imperialistas no justifica, ni mucho menos dota con un contenido progresista las políticas del régimen de Putin. Como destacó el CICI hace dos años:
No es posible evitar la catástrofe desencadenada por la disolución de la Unión Soviética en 1991 con base en el nacionalismo ruso, que es una ideología completamente reaccionaria a servicio de los intereses de la clase gobernante capitalista representada por Vladímir Putin.
El objetivo de Putin al invadir Ucrania era y sigue siendo crear las mejores condiciones para llegar a un acuerdo con el imperialismo. Se niega a reconocer la existencia de cualquier proceso objetivo que lleve a los imperialistas a subyugar a Rusia. En cambio, como se demostró en su patética actuación en una reciente entrevista con el presentador estadounidense fascistoide Tucker Carlson, Putin sigue creyendo que todo ha sido un gran malentendido que puede corregirse a través de un acuerdo negociado entre Washington y Moscú para apoyar la creación de un orden internacional “multipolar”.
Como representante de la corrupta oligarquía capitalista rusa, que enfrenta la oposición interna de la clase trabajadora y la creciente presión de las potencias imperialistas, Putin no es capaz de reconocer que la guerra tiene causas objetivas. Hacerlo lo obligaría a reconocer tanto el carácter ruinoso de su régimen como los desastrosos resultados de la restauración capitalista en la Unión Soviética para los trabajadores rusos y ucranianos. Tal admisión aumentaría el peligro de un estallido social desde abajo que representaría una amenaza mucho mayor para la oligarquía rusa que la amenaza de los imperialistas.
Las intratables contradicciones del capitalismo global han impulsado un nuevo reparto del mundo entre las grandes potencias. La guerra del imperialismo estadounidense contra Rusia no es más que un frente de una tercera guerra mundial en rápido desarrollo. Este conflicto toma la forma de una lucha contrarrevolucionaria del imperialismo para asegurar sus intereses a expensas de sus rivales geopolíticos y de la clase trabajadora en todos los países. Otros objetivos clave para Washington y sus aliados europeos son Irán en Oriente Próximo y, sobre todo, China en el Indo-Pacífico. La posibilidad de una guerra con China, que representa una amenaza directa para la hegemonía estadounidense, ya no se discute como una posibilidad, sino más bien como algo inevitable.
Dos años después del estallido de la guerra entre Estados Unidos y la OTAN contra Rusia, el World Socialist Web Site insta a los trabajadores de todo el mundo a emprender la lucha por un cese inmediato del baño de sangre. Esto exige que los trabajadores a nivel internacional contrapongan el programa de la revolución socialista mundial a la desquiciada escalada imperialista, que se dirige a una tercera guerra mundial.
Como observó el Consejo Editorial Internacional del WSWS en su declaración de Año Nuevo:
El panorama para la humanidad sería sombrío si no fuera por el hecho históricamente comprobado de que las contradicciones que conducen a la destrucción del capitalismo también inducen las condiciones para su derrocamiento y la reorganización de la sociedad sobre una base nueva y progresista, es decir, socialista. El potencial para esta reorganización radica en el ser objetivo de la clase trabajadora. La lucha de clases es el medio por el cual la posibilidad objetiva de la reorganización socialista se realiza en la práctica.
La tarea urgente en el segundo aniversario de la guerra entre Estados Unidos y la OTAN contra Rusia es hacer que este proceso objetivo se vuelva consciente en las mentes de los trabajadores de todo el mundo, para que pueda convertirse en la base de un movimiento internacional contra la guerra dirigido por la clase trabajadora. Este movimiento debe unir a los trabajadores de los centros imperialistas con los de los países atacados por las guerras de agresión de los Estados Unidos en los últimos 30 años, los trabajadores de Rusia, Ucrania y toda la antigua Unión Soviética.
Su objetivo común debe ser la lucha por poner fin al sistema capitalista de ganancias, que es la causa fundamental del impulso de Estados Unidos y la OTAN para imponer sus intereses a Rusia. Esta lucha debe involucrar una oposición implacable a los regímenes oligárquicos en Rusia y Ucrania a través de un renacimiento de las tradiciones socialistas e internacionalistas de la Revolución rusa de 1917 dirigida por los bolcheviques.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 23 de febrero de 2024)