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Líder estalinista del Partido Comunista Marxista – Kenia (CPM-K) difama al trotskismo tras la crítica del WSWS

El 12 de marzo, Booker Omole, secretario general del estalinista Partido Comunista Marxista de Kenia (CPM-K), publicó en la página web del partido una declaración titulada “Combatir el trotskismo: ¡el momento es ahora, no después!”. Al final de este artículo incluimos la traducción íntegra del texto.

En ella, Omole lanza un ataque difamatorio contra el trotskismo, celebrando el papel contrarrevolucionario de la burocracia estalinista en la destrucción del Partido Bolchevique, la organización de las Grandes Purgas de 1936-1939—durante las cuales cientos de miles de socialistas, incluidos los mejores representantes de generaciones de trabajadores e intelectuales marxistas, fueron físicamente exterminados—y la traición a movimientos revolucionarios en todo el mundo.

Booker Ngesa Omole, 2020. [Photo by Gracemutheum / Wikimedia / CC BY-SA 4.0]

La declaración es una reacción de pánico al artículo en tres partes titulado 'El Partido Comunista Marxista-Kenia estalinista busca una nueva trampa política para el creciente descontento entre trabajadores y jóvenes', publicado los días 4, 5 y 6 de marzo por el WSWS—la plataforma online del Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI). La respuesta de Omole deja claro que la crítica del WSWS ha generado debate entre trabajadores, estudiantes y jóvenes alrededor y dentro del partido:

En los últimos días, hemos observado tendencias trotskistas asomando su fea cabeza dentro del Partido. […] Es imperativo abordar estas cuestiones, particularmente para nuestros cuadros más jóvenes. El Partido debe tener la capacidad de identificar las desviaciones trotskistas y promover la política correcta para combatirlas eficazmente.

El WSWS expuso al CPM-K como un partido nacionalista pro-capitalista que sirve a sectores de la burguesía y la clase media. Su Congreso de noviembre de 2024 fue un ejercicio de cambio de marca que reafirmó su apoyo al capitalismo dirigido por el Estado. Durante las protestas de la Generación Z y las grandes huelgas contra la austeridad del FMI el año pasado, el CPM-K se presentó como un simpatizante mientras trabajaba para contener el movimiento. Esta traición refleja su orientación estalinista durante mucho tiempo hacia la clase dominante keniana y el imperialismo, arraigada en la contrarrevolucionaria 'Revolución Democrática Nacional' que subordina las luchas de los trabajadores a alianzas capitalistas.

Omole evita mencionar al WSWS o involucrarse con sus argumentos—un silencio que subraya su exactitud. Deja claro que no se discutirán cuestiones fundamentales de programa y perspectiva. El CPM-K, declara, 'no es una sociedad de debate'.

Incapaz de responder a los argumentos políticos e históricos presentados, Omole recurre en su lugar a la difamación y la represión. La disidencia, declara, debe ser enfrentada con violencia: 'Estas tendencias deben ser reconocidas y destruidas'.

Mientras el CPM-K se prepara para albergar una conferencia internacional de organizaciones estalinistas afines en Nairobi en mayo, pretende suprimir la oposición mediante los métodos estalinistas familiares de maniobras burocráticas, intimidación y expulsiones. El trotskismo, proclama Omole, es una 'amenaza' que debe ser enfrentada con 'absoluta claridad y disciplina férrea', insistiendo en que 'la lucha contra el trotskismo no es una cuestión de debate teórico sino una cuestión de supervivencia revolucionaria'.

¿Cómo puede haber 'absoluta claridad' en una organización que prohíbe el 'debate teórico'? La 'disciplina férrea' exigida por el Sr. Omole, al estilo estalinista, requiere que los miembros del partido mantengan la boca cerrada, apaguen sus cerebros y hagan lo que este dictador pequeñoburgués les diga que hagan. Lo que Omole entiende por 'supervivencia revolucionaria' es la preservación de su control personal sobre la organización y sus recursos.

El contenido intelectual de la diatriba de Omole contra el trotskismo es nulo. No puede responder a las cuestiones históricas y programáticas planteadas por el WSWS. No ofrece una explicación de la división que definió el destino de la Unión Soviética en la década de 1920—entre la Oposición de Izquierda de Trotsky y la burocracia estalinista—ni aborda de manera honesta y con hechos el impacto catastrófico del estalinismo en el movimiento obrero internacional. Su única respuesta es reciclar difamaciones estalinistas desacreditadas desde hace mucho tiempo. Él dice

En su esencia, el trotskismo es una desviación pequeñoburguesa que rechaza el trabajo duro y disciplinado de construir el socialismo. El propio Trotsky se opuso a Lenin en todos los momentos críticos, vaciló en 1903, se opuso a la toma del poder por los bolcheviques en 1917 y luego emprendió una guerra faccional contra Stalin y la dirección del Partido Comunista de la Unión Soviética. Su llamada “Revolución Permanente” no era una teoría de la revolución, sino una receta para el desastre; una exigencia temeraria de agitación mundial inmediata sin tener en cuenta las condiciones materiales. Trotsky rechazó el enfoque estratégico de Lenin, desestimando la liberación nacional y la necesidad de consolidar el poder proletario en un solo Estado. Al hacerlo, abrió la puerta a la injerencia imperialista y al caos contrarrevolucionario.

Imaginando que todavía vive en la década de 1930, cuando la policía secreta de Stalin podía asesinar a sus oponentes con impunidad, Omole espera que la discusión sobre la historia y la política pueda ser silenciada antes de que comience.

Iósif Stalin en 1943 [AP Photo]

Como todos los burócratas, la actitud de Omole hacia la base de su organización es una combinación de desprecio y miedo. Desprecia a aquellos que se atreven a desafiar sus proclamas demagógicas, y nada le asusta más que el desarrollo de un interés en la teoría revolucionaria y la historia marxista.

Pero los gritos de Omole contra el trotskismo son una clara señal de que hay miembros y simpatizantes del CPM-K que han comenzado a hacerse preguntas difíciles. El WSWS los anima a estudiar la historia de la lucha de la Cuarta Internacional contra el estalinismo. No se trata de disputas académicas. Estas cuestiones implican debates decisivos que moldearon el siglo XX y que siguen determinando el futuro de la clase trabajadora hoy—en Kenia, en toda África y a nivel internacional.

Trotskismo versus estalinismo

En esencia, el conflicto entre el trotskismo y el estalinismo representa una lucha fundamental entre el internacionalismo socialista de la clase trabajadora y el nacionalismo pequeñoburgués. El trotskismo, arraigado en los principios marxistas, sostiene que el socialismo solo puede alcanzarse mediante la unidad y movilización internacional del proletariado. Considera la revolución mundial como un proceso único e interconectado, en el que el éxito o el fracaso de la revolución socialista en un país depende de la victoria más amplia del proletariado a nivel mundial.

Contrario a las burdas falsificaciones de Omole—que repiten la Gran Mentira estalinista de que León Trotsky fue un traidor a la revolución—Trotsky estuvo junto a Lenin como uno de los principales dirigentes de la Revolución Rusa de 1917 y fue cofundador del Ejército Rojo, que derrotó a los ejércitos imperialistas durante la Guerra Civil Rusa (1917–1921). Su teoría de la Revolución Permanente no fue una “exigencia temeraria”, sino una perspectiva científica basada en el desarrollo histórico mundial del capitalismo y en la clase obrera internacional, fundamentos sobre los cuales se apoyaron las Tesis de Abril de Lenin y la Revolución de Octubre de 1917.

León Trotsky [Photo by Bundesarchiv, Bild 183-R15068 / CC BY-SA 3.0]

Formulada por primera vez en 1906, la teoría de la revolución permanente de Trotsky preveía que la revolución democrática en Rusia asumiría inevitablemente la forma de una revolución socialista. Explicaba que, en países con un desarrollo capitalista tardío, como lo era Rusia entonces y lo es Kenia hoy, las tareas democráticas asociadas con las revoluciones de los siglos XVIII y XIX ya no podían ser realizadas bajo la dirección de la burguesía, que estaba subordinada al orden mundial imperialista y motivada ante todo por el temor a la amenaza que representa la clase trabajadora. Corresponde a la clase obrera, al frente de las masas campesinas oprimidas, llevar a cabo esas tareas democráticas—antes propias de la revolución burguesa—a través de la toma del poder en una revolución socialista que debe estar conscientemente ligada a la lucha internacional por el derrocamiento del imperialismo.

En la época de la economía y la política mundiales, la lucha de la clase trabajadora, tanto en los países avanzados como en los menos desarrollados, debe basarse en una estrategia internacional, y no nacional. Trotsky escribió en 1930:

El triunfo de la revolución socialista es inconcebible dentro de las fronteras nacionales de un país. Una de las causas fundamentales de la crisis de la sociedad burguesa consiste en que las fuerzas productivas creadas por ella no pueden conciliarse ya con los límites del Estado, nacional. De aquí se originan las guerras imperialistas, de una parte, y la utopía burguesa de los Estados Unidos de Europa, de otra. La revolución socialista empieza en la palestra nacional, se desarrolla en la internacional y llega a su término y remate en la mundial. Por lo tanto, la revolución socialista se convierte en permanente en un sentido nuevo y más amplio de la palabra: en el sentido de que sólo se consuma con la victoria definitiva de la nueva sociedad en todo el planeta.

Tras la muerte de Lenin, el estalinismo codificó la teoría reaccionaria del “socialismo en un solo país”, abandonando la perspectiva de la revolución internacional en favor de la falsa y reaccionaria utopía de construir el socialismo dentro de las fronteras nacionales. Este giro nacionalista marcó una ruptura histórica con el marxismo y condujo a la degeneración del primer Estado obrero del mundo. La burocracia del Estado y del partido, para preservar sus propios privilegios, reprimió a la clase trabajadora, exterminó físicamente a su dirección marxista mediante las purgas y traicionó las luchas revolucionarias en todo el mundo. La burocracia soviética desempeñó un papel decisivo en la derrota de la Revolución China en 1927, en el aplastamiento de la Revolución Española entre 1936 y 1939, y en la desorientación y parálisis del proletariado alemán entre 1931 y 1933, allanando el camino para que Hitler llegara al poder sin encontrar resistencia organizada por parte del movimiento obrero.

El 21 de marzo de 1933, el Día de Postdam, el presidente Paul von Hindenburg (derecha) acepta el nombramiento del líder nazi Adolfo Hitler como canciller alemán [Photo by Theo Eisenhart/Bundesarchiv, Bild 183-S38324 / CC BY-NC-SA 3.0]

Este proceso culminó con la disolución de la Unión Soviética en 1991 —un colapso previsto desde hacía décadas por Trotsky en La revolución traicionada (1936)— y con la restauración del capitalismo en la China maoísta a partir de los años ochenta. En ambos casos, las burocracias gobernantes se transformaron en una nueva élite capitalista: en Rusia, en los oligarcas hoy representados por el régimen autoritario de Vladímir Putin; en China, en un Estado capitalista-policial represivo bajo el mando de Xi Jinping.

El trotskismo defendió la democracia obrera y continúa sosteniéndola como un componente indispensable del proyecto socialista. Afirma que un Estado obrero debe basarse en la participación activa de la clase trabajadora mediante elecciones libres, debate político abierto y control democrático sobre la planificación económica. El estalinismo, en cambio, sustituyó la democracia obrera por la dictadura de una casta burocrática, que impuso su dominio a través de la represión, la censura y la supresión violenta de toda oposición.

Hoy, el contraste sigue siendo igual de marcado. Los trotskistas luchan por construir comités de base dirigidos por y para los trabajadores, independientes de la burocracia sindical procapitalista. Los restos de los partidos estalinistas, en cambio, apoyan y suelen formar parte de esa misma burocracia, que actúa como agente de control de la clase trabajadora en nombre de las élites dominantes, imponiendo recortes salariales, despidos y medidas de austeridad bajo el disfraz de la “paz social”. Los estalinistas ocupan cargos dentro del aparato del Estado capitalista. Los trotskistas luchan por su derrocamiento revolucionario.

El trotskismo sostiene que el socialismo solo puede realizarse como un proceso internacional dirigido por la clase trabajadora, independiente y en oposición a la burguesía nacional. Rechaza toda estrategia que suprima la lucha de clases en nombre de la “liberación nacional”. El estalinismo promueve una teoría etapista, según la cual la lucha por el socialismo debe aplazarse en favor de una primera etapa “democrática” o de “liberación nacional”, dirigida por una supuesta burguesía “progresista” o “no compradora”. Según este esquema, solo una vez que se haya consolidado el capitalismo y la democracia burguesa—algo que siempre se pospone indefinidamente—podría comenzar la lucha por el socialismo.

Las traiciones del estalinismo en África

La subordinación de la clase trabajadora a la burguesía nacional promovida por el estalinismo ha tenido consecuencias devastadoras en todo el continente africano. Las luchas revolucionarias que estallaron tras la Segunda Guerra Mundial fueron sistemáticamente desviadas por el estalinismo, que entregó la iniciativa política a los movimientos nacionalistas burgueses. Estas fuerzas, celebradas como libertadoras, utilizaron su autoridad para consolidar el dominio capitalista, reprimir violentamente los movimientos populares y preservar la dominación imperialista bajo la fachada de la independencia. Como insistía Trotsky, la burguesía nacional en países coloniales y semicoloniales era incapaz de desempeñar un papel progresista. Atada a su dependencia económica del imperialismo y al miedo a las masas, su función era estabilizar el dominio capitalista, no derrocarlo.

La doctrina del CPM-K de la “Revolución Democrática Nacional” no es más que una versión reciclada de la teoría etapista. La propia lucha por la independencia de Kenia y sus consecuencias, analizadas en el artículo del WSWS “ La insurgencia de la Generación Z en Kenia, la ola de huelgas y la lucha por la Revolución Permanente ”, demuestran los efectos devastadores de esta estrategia.

En Sudáfrica, Trotsky se opuso a la subordinación de la clase trabajadora al Congreso Nacional Africano (ANC) promovida por el Partido Comunista de Sudáfrica (SACP). Trotsky advirtió: “Los bolcheviques leninistas denunciarán ante las masas nativas la incapacidad del Congreso de lograr la concreción incluso de sus propias reivindicaciones, debido a su política superficial y conciliadora. A dife­rencia del Congreso, los bolcheviques leninistas lle­van adelante un programa revolucionario de lucha de clases.”

La advertencia fue profética. El estalinista SACP redactó en 1955 la Carta de la Libertad del ANC, limitando sus objetivos a la instauración de una democracia burguesa y el gobierno de la mayoría negra. En lugar de expropiar los poderosos intereses financieros y mineros del país, fomentó la formación de una clase capitalista negra.

La Carta de la Libertad escrita en la pared del Palacio de Justicia (S Wierda), 1902, Church Square, Pretoria [Photo by PHParsons / CC BY-SA 3.0]

Como dijo Nelson Mandela, miembro del SACP, en 1956: “Por primera vez en la historia de este país, la burguesía no europea tendrá la oportunidad de poseer, en su propio nombre y derecho, molinos y fábricas, y el comercio y la empresa privada prosperarán como nunca antes”. Hoy, Sudáfrica es uno de los países más desiguales del mundo, con el ANC actuando como garante de los intereses tanto del capital sudafricano como del capital global.

En Angola, Mozambique, Etiopía y Somalia, los movimientos nacionalistas burgueses respaldados por la Unión Soviética impusieron regímenes represivos de partido único y suprimieron los movimientos obreros en nombre de la “construcción del socialismo”. La falsa promesa de una “etapa democrática nacional” condujo a la represión de la oposición revolucionaria y a la consolidación de regímenes corruptos que, a finales de los años ochenta y durante los noventa, recurrieron rápidamente a las medidas de austeridad del FMI—políticas que continúan vigentes hasta hoy.

Los partidos estalinistas también promovieron el panafricanismo, impulsado por figuras como Kwame Nkrumah en Ghana y Julius Nyerere en Tanzania, que sostenían que la liberación de África podía alcanzarse mediante la unidad entre los Estados y líderes capitalistas africanos, sin importar los intereses de clase y sobre la base de las fronteras coloniales. El panafricanismo sirvió para ocultar las divisiones de clase dentro de las sociedades africanas y fomentar alianzas entre la clase trabajadora y sectores de la burguesía nativa. En la práctica, se utilizó para suprimir una política obrera independiente bajo el estandarte de la unidad africana y el “no alineamiento”. Aunque ofrecía una oposición retórica al imperialismo, los líderes panafricanistas seguían siendo económicamente dependientes de las potencias imperialistas y colaboraban en la represión de la clase trabajadora en todo el continente.

El trotskismo y el potencial revolucionario de la clase trabajadora africana

Hoy, el desarrollo del capitalismo global ha dado lugar a una clase trabajadora poderosa y cada vez más interconectada en toda África, preparada para desempeñar un papel decisivo en la lucha internacional por el socialismo. A pesar de la enorme diversidad de lenguas, culturas e historias del continente, todos los países africanos siguen unidos por una misma dependencia del imperialismo. Ninguno ha resuelto las cuestiones fundamentales de carácter democrático, agrario o nacional—como las divisiones tribales y las fronteras artificiales heredadas del colonialismo.

En los sesenta años transcurridos desde la independencia de Kenia, la clase trabajadora africana ha crecido de forma extraordinaria. Desempeña un papel esencial en las redes globales de producción: desde la extracción de minerales en la RDC, Zambia y Sudáfrica, hasta el cultivo de productos agrícolas de exportación en Kenia y Ghana, pasando por la explotación de petróleo y gas en Nigeria, Guinea Ecuatorial y Argelia. La integración global del capitalismo ha unificado a la clase trabajadora más allá de las fronteras como nunca antes, creando la base material para una transformación revolucionaria del mundo.

Manifestantes bloquean la concurrida autopista Nairobi-Mombasa en la zona de Mlolongo, Nairobi, Kenia., 2 de julio de 2024. [AP Photo/Brian Inganga]

La tarea urgente es movilizar ese poder inmenso y construir un verdadero movimiento socialista arraigado en la clase trabajadora, comprometido con arrebatar el poder a los oligarcas y agentes del imperialismo, y reorganizar la sociedad sobre la base de la igualdad y las necesidades humanas. Luchar por una Kenia socialista como parte de unos Estados Unidos Socialistas de África implica forjar la unidad con los trabajadores de los centros imperialistas en Estados Unidos, Europa y más allá.

Desde su fundación en 1953, el Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI) ha librado una lucha ininterrumpida por defender la herencia revolucionaria del marxismo y el programa internacional del trotskismo frente a todas las formas de oportunismo político y revisionismo antimarxista. Fue establecido en oposición a los revisionistas pablistas, quienes abandonaron la perspectiva de la revolución socialista mundial en favor de una adaptación total y liquidacionista al estalinismo, la socialdemocracia y el nacionalismo burgués. El CICI defendió la continuidad histórica de la Cuarta Internacional, fundada por León Trotsky en 1938 como partido mundial de la revolución socialista, basándose en el principio de que la crisis de la humanidad es, ante todo, una crisis de dirección revolucionaria.

La trayectoria del CICI —de décadas de lucha teórica y política en defensa de la verdad histórica, del internacionalismo proletario y de la intransigencia revolucionaria— constituye la base sobre la que se lanzó el WSWS en 1998. Su propósito es educar, armar políticamente y unificar a trabajadores y jóvenes de todo el mundo mediante el análisis marxista desde una perspectiva revolucionaria.

Hoy el CICI está a la cabeza de luchas decisivas a nivel global. En Estados Unidos, el Partido de la Igualdad Socialista (SEP) es el único movimiento político que libra una lucha de principios contra el giro hacia el fascismo encabezado por Donald Trump, mientras que el Partido Demócrata y sus apologistas en los medios y en la pseudoizquierda intentan minimizar o incluso normalizar sus políticas fascistas. En Europa, el CICI combate el resurgimiento del fascismo y el ataque a los derechos democráticos, oponiéndose a la guerra de la OTAN contra Rusia en Ucrania. En Sri Lanka, el SEP planteó un programa revolucionario durante el levantamiento de 2022 contra las políticas dictadas por el FMI. En Turquía, el Grupo por la Igualdad Socialista interviene para desenmascarar el carácter podrido de todas las facciones de la clase dominante turca—tanto el autoritarismo de derechas de Erdoğan como el nacionalismo en bancarrota de la oposición kemalista.

En todo el mundo, las secciones del CICI encabezan la lucha por construir comités de base en oposición a los sindicatos procorporativos, denunciando la colaboración entre las cúpulas sindicales y el Estado para suprimir huelgas y cerrar acuerdos a espaldas de los trabajadores.

El tono histérico de la declaración de Omole no es una expresión de fuerza, sino de miedo. No busca educar ni convencer a los miembros del CPM-K. Exige silencio. Su método es la intimidación, no la explicación; la calumnia, no la teoría.

El CICI y el WSWS dicen: ¡volvámonos al estudio! No permitas que este charlatán te diga qué pensar. Lee el WSWS. Lee a Trotsky. Enfréntate a los fundamentos políticos e históricos del movimiento socialista internacional. Saca tus propias conclusiones a través de una educación política seria. Enraíza tu pensamiento en la tradición internacionalista del marxismo, de la Revolución de Octubre, de la Cuarta Internacional. El futuro pertenece a quienes entienden que hay que luchar por él—no con calumnias y mentiras, sino con claridad de perspectiva, programa y dirección.

A los trabajadores y jóvenes de Kenia y de toda África, les hacemos este llamamiento: tomen en sus manos la lucha por el socialismo. Construyan las secciones keniana y africana del Comité Internacional de la Cuarta Internacional. No hay tiempo que perder.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 28 de marzo de 2025)

COMBATIR EL TROTSKISMO: ¡EL MOMENTO ES AHORA, NO DESPUÉS!

Por Booker Omole, Secretario General,

Partido Comunista Marxista de Kenia

12 de marzo de 2025

El Partido Comunista Marxista de Kenia (PCMK) no es una sociedad de debate, sino un partido de vanguardia de la clase obrera keniana, guiado por la disciplina y el compromiso revolucionario.

En los últimos días, hemos observado tendencias trotskistas asomando su fea cabeza dentro del Partido. También hemos interactuado con algunos de nuestros invitados internacionales que son trotskistas. Es imperativo abordar estas cuestiones, particularmente para nuestros jóvenes cuadros. El Partido debe tener la capacidad de identificar las desviaciones trotskistas y promover la política correcta para combatirlas eficazmente.

El trotskismo no es solo un conjunto de ideas equivocadas. Es un arma de la contrarrevolución, una fuerza corrosiva que ha saboteado movimientos revolucionarios durante más de un siglo. Se disfraza de marxismo mientras socava los fundamentos mismos de la lucha revolucionaria. Habla con tonos radicales, pero su esencia es la traición. Dondequiera que el trotskismo echa raíces, genera división, pesimismo y parálisis. El Partido Comunista Marxista de Kenia debe enfrentar esta amenaza con absoluta claridad y disciplina de hierro.

En su esencia, el trotskismo es una desviación pequeñoburguesa que rechaza el trabajo duro y disciplinado de construir el socialismo. El propio Trotsky se opuso a Lenin en todos los momentos críticos, vaciló en 1903, se opuso a la toma del poder por los bolcheviques en 1917 y luego emprendió una guerra faccional contra Stalin y la dirección del Partido Comunista de la Unión Soviética. Su llamada “Revolución Permanente” no era una teoría de la revolución, sino una receta para el desastre; una exigencia temeraria de agitación mundial inmediata sin tener en cuenta las condiciones materiales. Trotsky rechazó el enfoque estratégico de Lenin, desestimando la liberación nacional y la necesidad de consolidar el poder proletario en un solo Estado. Al hacerlo, abrió la puerta a la injerencia imperialista y al caos contrarrevolucionario.

El trotskismo es fundamentalmente hostil al partido revolucionario. Se nutre del faccionalismo, buscando debilitar y fragmentar las organizaciones comunistas disciplinadas. Mientras Lenin construyó el Partido Bolchevique como una fuerza unificada capaz de conducir a la clase obrera a la victoria, los elementos trotskistas siempre han intentado convertir los partidos comunistas en sociedades de debate: llenos de ruido, vacíos de acción. Rechazan el centralismo democrático, utilizando discusiones interminables y la “autocrítica” como herramientas para paralizar al partido. Rechazan la unidad en la acción, prefiriendo disputas internas en lugar de la lucha revolucionaria. Su objetivo no es fortalecer el movimiento, sino ahogarlo en confusión.

La historia del trotskismo es una historia de sabotaje contrarrevolucionario. En la Unión Soviética, los trotskistas se aliaron con reaccionarios contra el Estado socialista, difundiendo propaganda antisoviética que fue acogida con entusiasmo por las fuerzas imperialistas. Durante la Guerra Civil Española, los seguidores de Trotsky colaboraron con elementos fascistas, saboteando la lucha antifascista y debilitando a las fuerzas republicanas. Dondequiera que aparecen, los trotskistas sirven a los intereses de la burguesía. Atacan los logros reales del socialismo mientras no ofrecen más que consignas abstractas y críticas vacías. Etiquetan cada revolución como un fracaso, cada Estado socialista como un “Estado obrero degenerado” y cada partido comunista disciplinado como una “burocracia estalinista”. Pero ellos mismos no han construido nada, no han dirigido nada, y no han ganado nada.

Hoy el trotskismo adopta nuevas formas, pero su esencia sigue siendo la misma. Opera a través de las redes sociales, donde los llamados “marxistas críticos” difunden narrativas antipartido bajo la apariencia de teoría radical. Se infiltra en las universidades, donde académicos burgueses elevan a Trotsky mientras distorsionan a Lenin y Stalin. Utiliza el “entrismo”, intentando infiltrarse en organizaciones de masas y reclutar a elementos desilusionados para propagar la disidencia. Aprovecha los momentos de dificultad, llamando al derrocamiento inmediato de gobiernos en lugar de organizar a las masas para construir poder. Estas tendencias deben ser reconocidas y eliminadas.

La lucha contra el trotskismo no es una cuestión de debate teórico, sino una cuestión de supervivencia revolucionaria. Tolerar el trotskismo es invitar al caos, a la desunión y al colapso. El partido debe estar armado con fundamentos ideológicos claros, estudiando a Lenin y a Stalin para inmunizarse contra las distorsiones trotskistas. No debe haber espacio para el faccionalismo; el centralismo democrático debe imponerse con disciplina férrea. Los elementos trotskistas deben ser confrontados, reeducados cuando sea posible y expulsados cuando sea necesario.

El trotskismo no es el camino hacia la revolución. Es el camino hacia la confusión, la traición y la derrota. El Partido Comunista Marxista de Kenia se mantiene firmemente del lado del marxismo-leninismo. Rechaza las desviaciones pequeñoburguesas del trotskismo y defiende el principio de que la revolución se gana no con retórica abstracta, sino con organización disciplinada, liderazgo estratégico y compromiso inquebrantable con la clase obrera. La lucha por el socialismo exige claridad. Exige unidad. Y exige que no demos cuartel al oportunismo.

La mejor defensa contra el trotskismo es una sólida formación en marxismo-leninismo. Todos los cuadros deben estudiar los fundamentos del pensamiento leninista. Materiales clave incluyen:

 Fundamentos del Leninismo, de Stalin

 El marxismo y la cuestión nacional

 ¿Trotskismo o Leninismo?, de Stalin

Las distorsiones de Trotsky deben ser expuestas en cada momento. Su colaboración con fuerzas contrarrevolucionarias debe ser aclarada. Sus derrotas históricas deben ser comprendidas y estudiadas.

Sin espacio para la vacilación. Sin espacio para el compromiso. ¡Viva la unidad marxista-leninista!