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Dos perspectivas para la clase obrera

Cuarenta años de la huelga de PATCO: cuarta parte

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“Si un sindicato, cuyos miembros trabajan directamente para el Sr. Reagan, lograra un aumento salarial espectacular por medio de una huelga ilegal, ese sería el fin del programa económico de Reagan. Todos los inversores, banqueros y deudores concluirían inmediatamente que, independientemente de su retórica, el Gobierno de Reagan no toma en serio reducir la inflación. Es por esto por lo que ahora el Sr. Reagan tiene que asumir una postura absolutamente rápido”. —Washington Post.

“La asistencia por parte del movimiento laboral es necesaria inmediatamente. De lo contrario, PACTO morirá”. —carta del presidente de PATCO, Robert Poli, a Lane Kirkland, 21 de diciembre de 1981.

“Es fácil ser un militante imprudente y convocar una huelga general, pero si eres un líder responsable tienes que medir las consecuencias”—presidente de la AFL-CIO, Lane Kirkland

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Los oficiales sindicales de la AFL-CIO argumentaron que cualquier prolongación de la huelga para proteger a los trabajadores de la industria aérea o más allá sería un “suicidio”. Ignorando el papel del Gobierno de Carter en la preparación de la operación para destruir el sindicato, la burocracia sindical alegó que Reagan era el culpable de las medidas contra PATCO y que, por lo tanto, era necesario apelar a los legisladores demócratas y prepararse para derrotar a los republicanos en las elecciones de 1982. El presidente de la AFL-CIO, Lane Kirkland, se refirió al día de las elecciones como el “Día de la Solidaridad II”.

La Workers League avanzó una posición completamente opuesta. Sus llamados a rechazar las demandas de Reagan y a expandir la huelga al resto de la industria aérea y hacia una huelga general correspondían con los requisitos objetivos de la lucha. También reflejaban los pensamientos de los propios trabajadores mucho más que la postura derrotista de los burócratas.

Cuando se acercaba la fecha límite de Reagan, los locales de PATCO organizaron piquetes masivos, como este en el Centro de Control de Chicago (WSWS Media)

Pero la Workers League insistió en que esto no solo exigía una lucha industrial, sino también una lucha política contra la burocracia y el sistema bipartidista. Precisaba construir un nuevo partido, un partido obrero basado en los sindicatos y en un programa socialista. Para lograr esto, la Workers League emprendió una campaña entre los trabajadores para convocar un Congreso Laboral de emergencia.

El Bulletin sacó abordó inmediatamente el significado de la huelga. Su principal artículo del 4 de agosto de 1981, una declaración del Consejo Editorial, estaba titulado “La AFL-CIO debe respaldar la huelga de los controladores aéreos: las líneas de clases ya están demarcadas”. Llamó al movimiento sindical a “movilizar la fuerza de toda la clase obrera para apoyar a los controladores de tráfico aéreo en huelga contra el antisindical Gobierno de Reagan”.

El artículo continuó:

Durante los últimos seis meses, la Administración de Reagan ha estado involucrada en una contrarrevolución económica y social que busca abrogar la legislación y los programas sociales conquistados por la clase obrera durante los últimos 50 años, aumentando el desempleo, borrando todas las restricciones a la explotación capitalista como las regulaciones de seguridad, y destruyendo los niveles de vida ganados en décadas de lucha sindical. Esto ha ido de la mano de la aprobación del mayor recorte de impuestos en la historia, que cuadra completamente con los requisitos de las grandes corporaciones y los ricos.

El artículo llamó a que los otros sindicatos que representaban a los trabajadores en el sector aéreo entrarán urgentemente en acción, incluyendo el sindicato International Association of Machinists (IAM). Esta acción de protesta industrial debía expandirse, subrayó, en dirección de una huelga general contra las políticas de la Administración de Reagan.

Reagan, indicó el artículo, “representa a toda la clase gobernante”, un hecho que también entiende la gran mayoría de la prensa que, sea liberal o conservadora, ataca de forma abrumadora a los controladores aéreos. Como escribió el Washington Post en un editorial del 4 de agosto:

Si un sindicato, cuyos miembros trabajan directamente para el Sr. Reagan, lograra un aumento salarial espectacular por medio de una huelga ilegal, ese sería el fin del programa económico de Reagan. Todos los inversores, banqueros y deudores concluirían inmediatamente que, independientemente de su retórica, el Gobierno de Reagan no toma en serio reducir la inflación. Es por esto por lo que ahora el Sr. Reagan tiene que asumir una postura absolutamente rápido.

En los primeros días de la huelga, los controladores creían que suspender su trabajo sería suficiente para prevalecer. Muchos pensaban que la naturaleza crítica e irremplazable de su trabajo obligaría al Gobierno de Reagan a negociar y que los costos que implicaba capacitar a controladores nuevos eran exorbitantes, mucho mayores a acordar un aumento salarial con PATCO.

Un piquete de huelga de PATCO en el Centro de Control Aéreo de Aurora cerca de Chicago (WSWS Media)

“La gente con el dinero, los ricos, siguen en tierra”, le dijo al Bulletin, Norman Hocker, un controlador con 13 años de experiencia en el aeropuerto La Guardia de la ciudad de Nueva York durante la primera semana de la huelga. “Están recortando los vuelos corporativos y recortando todos los otros vuelos. Tenemos a 16.000 trabajadores que sostienen 27 por ciento de la economía”.

Cuando comenzó la huelga, la FAA dependía de una fuerza de 4.669 esquiroles, 3.291 supervisores, 800 controladores militares y mil empleados nuevos para compensar por la pérdida de casi 12.000 controladores que se mantuvieron en huelga. El Gobierno federal afirmó que había recuperado el 75 por ciento de la capacidad de control aéreo después del inicio de la huelga. Sin embargo, las habilidades y la calidad del trabajo de los esquiroles no eran comparables a las de los huelguistas. [1]

“Me preocupa. Yo no me subiría a un avión hoy si pudiera evitarlo”, afirmó Mitch Cook, un controlador en huelga de LaGuardia al Bulletin. “En este momento hay tres supervisores y EPDS, es decir, especialistas en la evaluación de desarrollo de dominio, en la torre. Normalmente hay 10 personas. Es una burla pensar que pueden traer a controladores militares a trabajar aquí. El sindicato entiende las habilidades que tienen estos hombres. Nuestro sindicato va a mantenerse fuerte y unido”.

De hecho, el despido de los trabajadores de PATCO puso seriamente en peligro a los viajantes. La Comisión Nacional de Seguridad en el Transporte (NTSB, por sus siglas en inglés) descubrió posteriormente que, “en algunos casos, los controladores en desarrollo eran certificados en un puesto en la mañana y, para la tarde del mismo día, estaban entrenando en el trabajo a otro controlador en desarrollo en ese mismo puesto de control”.

La Administración Federal de Aviación (FAA, por sus siglas en inglés) atribuyó un accidente aéreo letal cerca de San José, California, a un error del piloto. Dos avionetas que se acercaban al aeropuerto de la ciudad colisionaron en el aire a 3 km de la pista de aterrizaje, matando a una persona e hiriendo a dos más. La colisión en pleno vuelo del 17 de agosto fue la primera en la historia del aeropuerto de San José, y fue la primera vez que la FAA absolvió al controlador aéreo, un esquirol, en cuestión de horas. Fue el primer accidente letal en ese periodo en el que PATCO fue excluido de la investigación.

El 13 de enero de 1982, ocurrió un desastre de gran envergadura cuando el avión Boeing 737 de Air Florida se estrelló con un puente sobre el río Potomac en Washington D.C. poco después de despegar, cobrándose 78 vidas. Es posible que estuviera involucrado un error del controlador, dado que la probable causa del desastre fue la nieve que se acumuló sobre el avión durante una espera prolongada en la pista.

Diez días después, la NTSB determinó que un error del controlador fue un factor en un accidente en el aeropuerto Logan de Boston. Ese accidente resultó en la muerte de dos personas a bordo. Y, mucho después de que finalizara la huelga, el Gobierno aceptó la culpabilidad del accidente del 9 de julio de 1982 del vuelo 759 de Pan Am, que mató a 153 pasajeros, admitiendo que los esquiroles en la torre de control no les habían dado a los pilotos las instrucciones correctas para lidiar con condiciones climáticas difíciles. [2]

Los huelguistas y sus simpatizantes en un piquete en la terminal de Newark, Nueva Jersey (WSWS Media)

Hubo muchos más incidentes que estuvieron a punto de producirse como consecuencia de la inexperiencia o incompetencia de los controladores aéreos que dirigían las pautas de vuelo. Mientras que la FAA ocultó esta información al público usuario, la Asociación Canadiense de Control del Tráfico Aéreo (CATCA por sus siglas en inglés) documentó 41 incidentes inseguros en las rutas entre EE.UU. y Canadá o cerca de la frontera canadiense después de solo una semana de la huelga, incluyendo una serie de “casi accidentes”.

Reagan estaba perfectamente dispuesto a arriesgar la vida de los viajeros aéreos para destruir PATCO. Está claro que en esta huelga estaba en juego mucho más que las propias negociaciones contractuales de los controladores.

Muchos huelguistas dijeron al Bulletin que consideraban que su lucha se libraba en nombre de toda la clase trabajadora. Si perdían, decían, la campaña de destrucción del sindicato se extendería por toda la economía. Por estas mismas razones, muchos controladores y trabajadores de base de otras industrias se dieron cuenta de que no se podía dejar que PATCO luchara sola.

“Lo más importante es que la forma en la que Reagan se ocupe de PATCO será un precursor de la forma en la que se ocupará de las huelgas en general y de todo el movimiento obrero”, dijo el controlador de LaGuardia, Norman Hocker, al Bulletin el 5 de agosto. “Aquí, somos la primera línea de resistencia”.

Pronto empezaron a aparecer llamamientos a emprender acciones conjuntas por parte de los trabajadores de otras industrias, que reconocían la naturaleza histórica del ataque de la Administración de Reagan. El Bulletin y la Workers League amplificaron este sentimiento. El viernes 7 de agosto, el Bulletin publicó en primera plana el siguiente titular: “Movilicen a los trabajadores en apoyo de los controladores aéreos: la AFL-CIO debe convocar una huelga general”.

El 15 de agosto, Ed Winn, miembro del Consejo Ejecutivo del Local 100 del sindicato Transport Workers Union (TWU) de Nueva York, se dirigió a una concentración de unos 400 controladores y sus partidarios cerca del aeropuerto JFK. Winn, también un destacado miembro de la Workers League, leyó una resolución que se presentaría en la siguiente reunión de la junta ejecutiva del TWU en la que se pedía una acción de emergencia en apoyo de PATCO y se exigía una huelga general de toda la AFL-CIO.

Una caricatura que apareció en el número de agosto de 1981 del periódico Young Socialist. Dice, “Mm. OK, vuelo 72… Todo está despejado en la pista 8… (ups)… Quiero decir vuelo 8… la pista 7 está despejada para… ¿¡¡!!?... ¡¿Está despegando o aterrizando?!... Espere un minuto…”. (WSWS Media)

Esa misma semana, el Local 15 de Houston del IAM envió telegramas a Kirkland y al presidente del IAM, William Winpisinger, exigiendo que se convocara una huelga general.

Incluso los funcionarios del sindicato se vieron obligados a reconocer el sentimiento a favor de una huelga general. Ralph Liberato, un funcionario del sindicato AFSCME de Michigan, fue preguntado el 16 de octubre por el Bulletin si la AFL-CIO de Michigan iniciaría la convocatoria de una huelga general en apoyo de PATCO. Liberato dijo: “Se ha hablado mucho de esto entre nuestros miembros, y muchos se preguntan por qué no lo hacemos”.

Igualmente, el 26 de agosto, David Roe, presidente de la AFL-CIO de Minnesota, dijo a un periodista del Bulletin que “el ánimo de hacer una huelga general es fuerte y está creciendo”. Afirmando que apoyaría una huelga, dijo que la decisión final correspondía al Consejo Ejecutivo de la federación. En septiembre, 800 delegados de la convención anual de la AFL-CIO de Minnesota votaron unánimemente a favor de pedirle a la AFL-CIO nacional que lanzara una huelga general en todo el país.

A finales de septiembre, Kirkland admitió que había un sentimiento abrumador de las bases a favor de una huelga general. “Nunca he recibido tanto correo sobre ningún tema en mi vida. He recibido una cantidad tremenda de cables, cartas y tarjetas”, dijo Kirkland. “Alrededor del 90 por ciento están a favor de los controladores y alrededor del 50 por ciento de ellos me denuncian por no convocar una huelga general”. [3]

Pero los dirigentes sindicales rechazaron los llamamientos a la huelga general, y Kirkland declaró: “Es fácil ser un militante imprudente y convocar una huelga general, pero si eres un dirigente responsable tienes que medir las consecuencias”.

Presidente de la AFL-CIO, Lane Kirkland, en febrero de 1983 (WSWS Media)

La acción de Reagan fue tan provocadora que, cuando comenzó la huelga, el Consejo Ejecutivo y la Junta General de la AFL-CIO estaban reunidos en el lujoso Hyatt Regency de Chicago. Los burócratas de la AFL-CIO se quedaron atónitos ante la noticia de la huelga. Según el historiador Joseph McCartin, algunos de los dirigentes sindicales “solo sabían superficialmente que PATCO era una filial de la AFL-CIO”.

Los que sabían de la existencia de los controladores aéreos estaban preocupados sobre todo por las dificultades que la huelga podía suponer para sus nuevas amistades “conjuntas” con las grandes empresas. La reunión del Consejo Ejecutivo envió señales claras a la Administración de Reagan de que la AFL-CIO estaba dispuesta a colaborar en el aplastamiento de PATCO.

La reunión de Chicago dio la bienvenida al UAW y a su presidente, Douglas Fraser, de vuelta al redil por primera vez desde que Walter Reuther se retiró de la federación. A Fraser, que se codeaba con poderosos capitalistas en el Consejo Directivo de Chrysler, le preocupaba que la huelga “pudiera causar un daño masivo al movimiento obrero”.

El Bulletin comentó el 7 de agosto: “¡Qué lógica tan extraordinaria! [Reagan] está intentando empobrecer a millones de familias de la clase trabajadora, pero Fraser advierte que luchar contra este Gobierno 'podría causar un daño masivo al movimiento obrero'”.

El Consejo Ejecutivo de la AFL-CIO comenzó y terminó el 6 de agosto de 1981 sin mover un dedo en defensa de los controladores aéreos. Solo un mes después, el 3 de septiembre de 1981, Reagan pudo pronunciarse en la convención anual de un sindicato de la AFL-CIO, el United Brotherhood of Carpenters. Aprovechó la ocasión para lanzar un ataque contra los trabajadores organizados. Los delegados reunidos permanecieron cortésmente sentados. [4]

Si la AFL-CIO y los sindicatos que la componen excluían una huelga general, pudieron, como mínimo, haber respetado los piquetes de la huelga de PATCO. Ya el 7 de agosto, el presidente de PATCO, Robert Poli, envió telegramas a todos los sindicatos de la AFL-CIO pidiendo que no cruzaran los piquetes de la huelga en curso en cientos de aeropuertos de todo el país.

Pero ni siquiera se cumplió el principio sindical ABC de respetar los piquetes. No provino ninguna ayuda de “la Casa del Trabajo”.

De hecho, si tan solo un sector más de la industria aérea sindicalizada hubiera hecho huelga o incluso hubiera respetado los piquetes —los mecánicos de las aerolíneas, los pilotos, los auxiliares de vuelo, los manipuladores de equipaje—, la posición de PATCO se habría visto enormemente reforzada. Los dos sindicatos más importantes de la industria aérea, la International Association of Machinists (IAM) y la Air Line Pilots Association (ALPA), tuvieron el impacto más decisivo en el resultado de la huelga.

Incluso sin una huelga general, las acciones de la IAM y la ALPA habrían derrotado por sí solas la campaña antisindical, como recordó más tarde un funcionario del Departamento de Transporte de Reagan. “Si los maquinistas hubieran hecho huelga, no habríamos podido resistir”, admitió. “Habrían cerrado todos los aeropuertos”. [5]

Winpsinger de la IAM, un “socialista” autoproclamado y supuesto militante, no ofreció más que palabras huecas sobre el respeto a los piquetes. Y aunque algunos locales de la IAM iniciaron paros, Winpisinger y el sindicato internacional no fueron más allá de la retórica.

Entrevistando a Winpisinger, un reportero del Bulletin le preguntó si tenía intención de convocar una huelga de apoyo entre sus miembros del sector aéreo. “Sería perpetrar un suicidio para 40.000 de mis miembros”, declaró Winpisinger. “Incluso podría sonar la campana de la muerte de todo el sindicato”.

Controladores en un piquete en el aeropuerto Bishop de Flint, Michigan (WSWS Media)

J.J. O'Donnell, de ALPA, ni siquiera se molestó en pretender apoyar la huelga. Hizo saber al Consejo Ejecutivo de la AFL que no llamaría a sus miembros a respetar los piquetes de PATCO. De hecho, O'Donnell trabajó conscientemente para hacer fracasar la huelga, rebatiendo a voces las afirmaciones de PATCO de que el despido de los controladores hacía menos seguro el tráfico aéreo. Esta posición fue desmentida por una comisión de seguridad de su propio sindicato, que encontró “un claro peligro para la seguridad” creado por controladores no cualificados. [6]

De hecho, ALPA ni siquiera tenía que violar las leyes laborales federales para apoyar la huelga. El Reglamento Federal de Aviación 91.3 garantiza que los pilotos tienen la última palabra sobre si creen que las condiciones de vuelo son inseguras.

De hecho, O'Donnell recibía regularmente informes confidenciales de su propio Comité de Control del Tráfico Aéreo en los que se advertía del grave “impacto en la seguridad” de la fatiga entre los controladores suplentes con exceso de trabajo y del “gran peligro potencial”. Un piloto había escrito al Comité que “la posibilidad de que un controlador detecte un cambio en los tiempos de un piloto para evitar un peligro para la seguridad es mínima”. Estas advertencias continuaron. ALPA solo tenía que darlas a conocer a sus propias bases para desencadenar lo que habría sido, en efecto, una huelga de apoyo.

En lugar de ello, O'Donnell mintió descaradamente a sus propios miembros, declarando el 19 de agosto: “Puedo decir sin equivocarme que el sistema de control del tráfico aéreo de este país es seguro. Si no fuera seguro, seríamos los primeros en denunciarlo”. Ese mismo día, los dos aviones colisionaron cerca de San José, California, matando al piloto de uno de ellos.

La operación de O'Donnell como esquirol contra PATCO formaba parte del ataque que estaba llevando a cabo contra sus propios pilotos. Incluso mientras los controladores aéreos iniciaban su huelga, O'Donnell estaba negociando recortes salariales del 10 por ciento para los pilotos de Pan Am y un aumento del 30 por ciento del tiempo de vuelo al mes para los pilotos de United Airlines. En 1983, Reagan recompensó a O'Donnell por los servicios prestados nombrándolo subsecretario de Trabajo.

La connivencia de la AFL-CIO con Reagan era entonces desconocida para los controladores. Pero ya desde el 13 de agosto, Kirkland buscó negociaciones secretas con la Casa Blanca. El 14 de agosto, envió una propuesta a través del líder de la mayoría del Senado, Howard Baker, en la que ofrecía el despido de Poli, de los líderes sindicales y de los controladores militantes. Los trabajadores recontratados serían obligados a pagar una multa y a reafirmar su juramento de no hacer huelga. Reagan, a cambio, ofrecería una comisión de “investigación de hechos” para investigar las quejas del sindicato con el fin de proteger su imagen.

Los trabajadores del sindicato “desconocían estas maquinaciones secretas”, escribe McCartin. Mientras Kirkland trabajaba entre bastidores para socavar la huelga, añade el historiador, “los miembros de base de la AFL-CIO recibieron pocas indicaciones sobre cómo responder a los esfuerzos sumamente públicos para romper una huelga nacional”.

Kirkland declaró: “Los sindicatos afiliados tendrán que decidir por sí mismos qué hacer. Yo no voy a hacer esa valoración”. [7]

Es posible que nunca se conozcan las profundidades de la traición de los sindicatos, pero se puede suponer con seguridad que Reagan procedió a despedir a los trabajadores de PATCO con garantías directas de que la AFL-CIO impediría las acciones de solidaridad. Pocos años después de la huelga, se revelado un posible ejemplo de colusión. Albert Shanker, presidente del sindicato docente American Federation of Teachers (AFT), y Leon B. Applewhaite, de la Autoridad Federal de Relaciones Laborales, tuvieron una cena no publicitada en septiembre de 1981, en la que se discutió el caso PATCO, en probable violación de la ley laboral federal. Applewhaite acabó fallando a favor de la descertificación de PATCO. [8]

La perspectiva de la AFL-CIO, de presionar a los políticos demócratas, solo sirvió para desmoralizar a los huelguistas y desorientar a la clase obrera en general. Hubo algunos pronunciamientos vagos de simpatía por los controladores aéreos por parte de los demócratas, pero otros tantos condenaron la huelga. El alcalde demócrata de Detroit, Coleman Young, considerado por el UAW como “amigo de los trabajadores” y antiguo trabajador de la industria automotriz, acusó a los huelguistas de “mantener a la nación como rehén” por sus “indignantes” demandas, llegando a llamar a Reagan un “héroe” por enfrentarse a PATCO.

La Administración de Reagan temía que los sindicatos internacionales apoyaran a PATCO. Pero la huelga fue una lección objetiva sobre el fracaso de la colaboración internacional entre los diversos sindicatos de ámbito nacional, a pesar de que el control del tráfico aéreo es, por su propia naturaleza, una industria globalizada, y de que los controladores de otros países podían estar seguros de que se enfrentarían muy pronto a cualquier ataque que Reagan impusiera a sus hermanos estadounidenses.

La inacción de los sindicatos de controladores aéreos de otros países se produjo a pesar del amplio apoyo a PATCO entre los controladores de base de todo el mundo, que luchaban contra condiciones similares. Los controladores canadienses, mexicanos, alemanes, británicos, franceses y australianos habían llevado a cabo, durante la década de 1970, huelgas, paros utilizando licencias por enfermedad y disminuciones del ritmo de trabajo.

De hecho, en los primeros días de la huelga de PATCO, los controladores canadienses del sindicato Canadian Air Traffic Controllers Association (CATCA) se negaron a atender los vuelos con destino a Estados Unidos que cruzaban el espacio aéreo canadiense desde el Atlántico, declarando que el sistema estadounidense no era seguro. El Gobierno canadiense, presionado por la Administración de Reagan, exigió a los controladores canadienses que obedecieran, y CATCA finalizó su boicot el 12 de agosto, antes de que iniciara otro boicot de apoyo por parte de los controladores portugueses el 16 de agosto. Durante algún tiempo, los controladores portugueses se negaron a atender los vuelos a Estados Unidos. Los controladores españoles iniciaron también un boicot de solidaridad. También se suspendieron algunos vuelos estadounidenses procedentes de Australia.

A pesar de sus sindicatos se habían doblegado, los controladores de Europa, Japón y Australia siguieron haciendo donaciones a PATCO.

El organismo que agrupa a varios sindicatos nacionales de controladores, la Federación Internacional de Asociaciones de Controladores de Tráfico Aéreo (IFATCA, por sus siglas en inglés), respondiendo a las demandas de sus miembros de apoyo a PATCO, convocó una reunión de emergencia que se celebraría el 22 de agosto en Ámsterdam. Sin embargo, PATCO se había retirado de la organización años antes, lo que reflejaba el extremo nacionalismo de los sindicatos estadounidenses.

El 13 de agosto, antes de la reunión de emergencia prevista, la IFATCA decidió retrasar indefinidamente un boicot de solidaridad previsto contra los vuelos con destino a EE.UU., acción que también habría derrotado a Reagan. En la propia reunión no se pudo alcanzar una mayoría para el boicot.

En Estados Unidos, la masiva manifestación del Día de la Solidaridad en Washington demostró que existía en la clase obrera el deseo de luchar contra las políticas de Reagan. No fue la única manifestación de resistencia de la clase trabajadora.

Una manifestación del Día del Trabajo contra Reagan en la ciudad de Nueva York el 7 de septiembre atrajo a 250.000 personas. El 8 de septiembre, 22.000 profesores de escuelas públicas de Filadelfia se pusieron en huelga contra las demandas de concesiones y desafiaron arrestos y órdenes judiciales de regreso al trabajo. A principios de año, unos 6.000 mineros del carbón y sus familias se habían manifestado en Washington D.C. en defensa de las prestaciones y protecciones contra la enfermedad del pulmón negro, 20.000 trabajadores ferroviarios se habían manifestado contra los ataques a la financiación de Conrail y Amtrak, y 100.000 trabajadores y jóvenes habían protestado contra las políticas asesinas de Reagan en Centroamérica.

Pero el Día de la Solidaridad resultó ser la primera y última acción significativa que la AFL-CIO permitió contra la campaña de destrucción de sindicatos y las políticas de guerra de clases del Gobierno.

Después de que el sindicato fuera oficialmente descertificado el 3 de noviembre de 1981 —la primera vez que se llevó a cabo una acción de este tipo en la historia de Estados Unidos— la AFL-CIO se rindió públicamente. En palabras del presidente del UAW, Fraser, “La guerra se acabó”.

Aparentemente inconsciente del peligro que suponía ese precedente para el resto de los trabajadores organizados, Kirkland declaró que la decisión de la Autoridad Federal de Relaciones Laborales “confirma la capacidad del Gobierno de utilizar su enorme poder para romper este pequeño sindicato”.

El Bulletin emitió una advertencia antes de la reunión de la convención bienal de la AFL-CIO a principios de noviembre. “Lo que la convención debe encarar es el hecho de que no se puede luchar contra Reagan sin romper decisivamente con el Partido Demócrata y movilizar políticamente a la clase obrera contra las políticas capitalistas mediante la construcción de un Partido Obrero basado en los sindicatos”.

En cambio, la convención se reunió y se dispersó sin haber tomado ninguna acción concreta para ayudar a los controladores. Esto demostró, señaló el Bulletin, “la total bancarrota de la política de colaboración de clases de la burocracia”. El Bulletin añadió: “Históricamente está acabada”. El periódico de la Workers League continuó: “Sin embargo, cuanto más claro queda que la defensa de los derechos básicos conquistados por la clase obrera requiere una lucha contra el capitalismo, más desesperadamente se aferra la burocracia a la política capitalista”.

En diciembre, Poli escribió a Kirkland rogándole que no “dejara morir a PATCO”. Poli declaró: “La ayuda del movimiento laboral debe llegar inmediatamente. De lo contrario, PATCO morirá. Y con esa muerte no solo estaremos presenciando la destrucción de un segmento del movimiento laboral organizado, sino, lo que es más importante, al aplastamiento de un sindicato relativamente pequeño cuya valentía ha generado un resurgimiento del compromiso y el orgullo.” Kirkland ignoró la carta.

En una medida desesperada para intentar salvar su sindicato, Poli presentó su dimisión el 31 de diciembre de 1981. El sacrificio no apaciguó a la Casa Blanca de Reagan.

El 29 de enero de 1982, Gary Greene, uno de los controladores de Texas condenado a prisión por su papel en la huelga, escribió a Kirkland pidiéndole que convocara una huelga general. La carta abierta se publicó en el Bulletin.

“El presidente Reagan está ganando su batalla contra PATCO y ganará sus futuras disputas contra todos los sindicatos mientras el movimiento laboral se lo permita. La única manera de poner fin a esta lucha y devolver la credibilidad a los líderes sindicales es una HUELGA NACIONAL”, escribió Greene. Esta carta fue respaldada por una reunión de 180 controladores en el área de la bahía de San Francisco.

La oficina de Kirkland respondió afirmando deshonestamente que no había apoyo para una huelga general y sugiriendo que los sindicatos redoblaran sus esfuerzos para elegir a los demócratas en las elecciones de 1982.

El apoyo a las familias de PATCO fue finalizado. En febrero de 1982, la AFL-CIO solo había distribuido 646.000 dólares a 1.407 familias de PATCO, menos de 500 dólares por familia. [9] La UAW donó apenas 100.000 dólares en ayuda a PATCO, aunque los ingresos de los que disponía, derivados únicamente de las inversiones, superaban en promedio los 56 millones de dólares anuales a principios de la década de 1980. [10]

En junio de 1982, el Tribunal de Apelación del Distrito de Columbia confirmó la descertificación de PATCO por parte del Autoridad Federal de Relaciones Laborales.

En el verano de 1982, Gary Eads, que siguió a Poli como presidente de PATCO, presentó ante el tribunal de quiebras la liquidación del sindicato, ante los más de 39 millones de dólares en demandas por daños y perjuicios concedidas a las aerolíneas contra el sindicato.

Continuará.

***

Notas al pie de página

[1] Greenhouse, Steven. The Big Squeeze: Tough Times for the American Worker. 1st ed. Nueva York: Alfred A. Knopf, 2008: 81; McCartin, Joseph Anthony. Collision Course: Ronald Reagan, the Air Traffic Controllers, and the Strike That Changed America, 2013: 296-297, 301.

[2] Nordlund, Willis J. Silent Skies: The Air Traffic Controllers’ Strike. Westport, Conn.: Praeger, 1998: 149-150.

[3] “No Action from AFL-CIO,” Bulletin. November 3, 1981: 15.

[4] McCartin, Collision Course: 317-318.

[5] McCartin, Collision Course: 292.

[6] Nordlund, Silent Skies: 125-126.

[7] McCartin, Collision Course: 315.

[8] Nordlund, Silent Skies: 147-148.

[9] Minchin, Timothy J. Labor Under Fire: A History of the AFL-CIO Since 1979. Chapel Hill: The University of North Carolina Press, 2017: 66.

[10] McLaughlin, Martin, Corporatism and the UAW: What Is Behind the Concessions and How to Fight Them. Detroit: Labor Publications, Inc., 1983: 16.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 8 de agosto de 2021)

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