Las ceremonias de apertura de los Juegos Olímpicos de 2022 se celebraron el viernes en Beijing. Se reunieron 2.900 atletas de 91 países y regiones de todo el mundo para competir.
El esplendor global olímpico, su celebración de extraordinarias proezas a través de competencias y solidaridad todavía logra conmover a un público mundial.
El patinaje artístico tiene una gracia impresionante y el slalom una intensidad eléctrica. Uno percibe, aunque de forma unilateral, la verdad en las líneas de Hamlet que describen a la humanidad “infinita en facultades, en forma y movimiento cuán expresivo y admirable”.
El nacionalismo siempre ha distorsionado este núcleo humano de los juegos, fragmentando la universalidad de la competición en pos de las amargas rivalidades entre Estados nación. La guerra imperialista y la rivalidad de las grandes potencias desfiguran los Juegos Olímpicos, convirtiendo el deporte en una forma de política por otros medios. Las desmesuradas sumas de dinero que buscan lucrar aún más –a través de publicidad, contratos de patrocinio— inundan los juegos, exprimiendo la humanidad, a veces incluso la vida, de los atletas.
Tales distorsiones rara vez han sido tan pronunciadas como ahora, por no decir nunca. Los Juegos Olímpicos de Invierno de 2022 en China se celebran en un mundo asolado por la enfermedad y al borde del conflicto mundial. Hay un aire de irrealidad dentro de la burbuja olímpica, ya que justo fuera de la seguridad de sus límites, Washington produce propaganda y mentiras para justificar la guerra con Rusia por Ucrania y para atacar las medidas de salud pública de China de Cero COVID, tildándolas como autoritarias o incluso fascistas.
Los atletas de todo el mundo parten de países sumidos en muertes masivas hacia el único país del planeta donde el virus ha sido efectivamente eliminado. Más de 900.000 estadounidenses han muerto de COVID en menos de dos años, según las cifras oficiales, mientras que en China, una nación con cuatro veces su población, el número de muertos es inferior a cinco mil.
El capitalismo global, con Estados Unidos en el centro, no está dispuesto a tomar las medidas necesarias para salvar vidas humanas. Millones de personas han muerto a causa de un virus cuya propagación era totalmente evitable. La pandemia ha desestabilizado fundamentalmente las relaciones sociales y en las luchas en curso de la clase trabajadora, cuyas vidas están en juego, la élite gobernante vislumbra el espectro de la revolución.
La crisis del capitalismo, la necesidad de suprimir el malestar y de asegurar fuentes fiables de ganancias han llevado a Washington a la locura belicista. Durante el último mes, Estados Unidos, con la OTAN a cuestas, ha amontonado una gran cantidad de acusaciones y mentiras infundadas para provocar una guerra con Rusia en torno a Ucrania, una guerra que, de estallar, inevitablemente se desbordaría más allá de las fronteras y provocaría una conflagración mundial. Sin pausa para recuperar el aliento, Washington arroja una lluvia de bilis contra China, una serie interminable de calumnias cada vez más desquiciadas. Califica a China de “fascista”, de “régimen genocida”, de represor de su pueblo y de asesino a sangre fría de cachorros y hámsteres.
Las peligrosas apuestas geopolíticas que rodean los Juegos Olímpicos tuvieron su expresión en la cumbre celebrada antes de sus ceremonias de apertura. El presidente chino, Xi Jinping, y el presidente ruso, Vladimir Putin, se reunieron para abordar la amenaza mutua a la que se enfrentan por parte del imperialismo estadounidense.
Emitieron una extensa declaración conjunta en la que afirmaban que “Rusia y China se oponen a los intentos de las fuerzas externas de socavar la seguridad y la estabilidad en sus regiones adyacentes comunes”. Expresaron su intención conjunta de “contrarrestar la injerencia de fuerzas externas en los asuntos internos de países soberanos bajo cualquier pretexto, [y] oponerse a las revoluciones de colores”. Estas declaraciones se dirigen directamente a las maquinaciones bélicas de Washington y la OTAN.
La declaración continúa diciendo que “nos oponemos a una nueva ampliación de la OTAN y pedimos a la Alianza del Atlántico Norte que abandone sus planteamientos ideologizados propios de la guerra fría”. Putin reafirmó el apoyo de Rusia al principio de una sola China, declaró que Taiwán es una parte inalienable de China y expresó su oposición a toda forma de independencia taiwanesa. Lo más importante fue que Putin y Xi firmaron un acuerdo para la venta de petróleo y gas ruso a China por un valor estimado de 117.500 millones de dólares.
Estados Unidos está organizando un boicot diplomático a los Juegos Olímpicos. La secretaria de prensa de la Casa Blanca, Jen Psaki, declaró que el boicot era una respuesta al “genocidio y los crímenes contra la humanidad que se están perpetrando en Xinjiang”. La afirmación de que China está llevando a cabo un genocidio de la población uigur es una mentira fabricada de la nada. Washington está recurriendo al libro de jugadas de Goebbels y Hitler, empleando la técnica de la “gran mentira”, insistiendo repetidamente en una falsedad de magnitud tan espectacular que nadie la pone en duda.
El Gobierno de Biden intentó orquestar una campaña mundial de boicot oficial con la participación de otros Gobiernos. Un pequeño número de aliados cercanos de Estados Unidos siguieron su ejemplo, pero los esfuerzos fueron en gran medida inútiles. El resultado final fue que las ceremonias de apertura se vieron privadas de la presencia del habitual séquito de altos funcionarios estadounidenses.
Se trata de unas Olimpiadas boicoteadas por los que hacen la guerra. Normalmente son los pacifistas los que no van a un país que hace la guerra, pero ahora es lo contrario.
Hay una lógica objetiva en la retórica de las mentiras de Washington y sus serviles medios corporativos. Cada mentira debe complementar la anterior. Los titulares y las páginas editoriales de los principales periódicos de todo el mundo exudan el espíritu de la propaganda de guerra.
Un artículo de opinión publicado el lunes en el Washington Post afirmaba que China era un “Estado fascista”. Fox News habla de las “Olimpiadas del Genocidio”. The Economist describió a una joven con doble nacionalidad estadounidense y china que eligió competir por China como una “combatiente de la guerra fría” que fue robada por una mano china con palillos. El enfoque chauvinista y abiertamente racista de China tiene inmensas consecuencias. Los delitos de odio contra los asiáticos aumentaron un 339 por ciento el año pasado en Estados Unidos.
Washington esperaba que su retórica provocadora animara a los atletas a boicotear las ceremonias de apertura, pero casi ninguno lo hizo. El ochenta por ciento del equipo estadounidense participó y la mayoría de los ausentes estaban en lugares remotos o en cuarentena con COVID. Buscando encubrir el abyecto fracaso de estas provocaciones, la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, anunció el jueves que “desalentaba” a los atletas olímpicos a protestar en la ceremonia de apertura en Beijing, diciendo que no “valía la pena el riesgo de represalias de un Gobierno chino despiadado”.
Todas las mentiras de Washington dan la espalda a la realidad. Acusan al único país del mundo que ha tomado las medidas de salud pública necesarias para detener la propagación del COVID de “abusos contra los derechos humanos”, mientras que casi un millón de estadounidenses han muerto a causa del virus. Denuncian a China por suprimir la información, mientras intentan impedir que se informe de los casos diarios y del número total de muertos en Estados Unidos.
Washington declara su profunda preocupación por los uigures, y a continuación exige a China que ponga fin a su política de Cero COVID. ¿Cuántos uigures morirían si Beijing siguiera los dictados de Washington? Si China quisiera realmente llevar a cabo un genocidio, no podría encontrar un medio más eficaz que la aplicación de las políticas de la Administración de Biden.
China sigue siendo un país sumido en profundas contradicciones. Su extraordinario crecimiento económico está impulsado por la intensa explotación de la clase trabajadora y los cimientos de su desarrollo descansan en la sangrienta masacre de trabajadores en Tiananmen. Las acusaciones y denuncias contra China desde Washington son una sarta de mentiras, pero China no es un oasis de libertad y democracia.
China sigue atrapada en los problemas fundamentales planteados por la revolución de 1949, que fue deformada desde el principio por las políticas nacionalistas de su dirección estalinista. Es imposible que las masas chinas se liberen de las amenazas del imperialismo fuera de una revolución de la clase obrera en los países capitalistas avanzados. La implacable lógica objetiva de la pandemia ha demostrado que es imposible eliminar el COVID a nivel nacional. Los brotes se repetirán una y otra vez, y requerirán medidas agresivas para ser contenidos.
La única manera de poner fin a la pandemia y a su régimen de muertes masivas es mediante una política coordinada a nivel mundial para eliminar el virus, basada en las medidas científicas de salud pública que se han puesto en práctica en China. El éxito o el fracaso de Cero COVID depende de la clase obrera internacional.
La idea central de toda la propaganda de Washington es que China debe poner fin a su política de Cero COVID. Cada día que esta política persiste revela a la clase obrera mundial que hay una alternativa a las muertes masivas globales. Los Juegos Olímpicos de Invierno han puesto esta alternativa en el centro de la atención mundial.
Al comenzar las ceremonias de apertura en Beijing, el New York Times publicó un artículo titulado “Cero COVID en China” que hacía la siguiente declaración extraordinaria: “La estrategia de China obviamente no sería posible en un país que enfatiza los derechos individuales tanto como lo hace Estados Unidos”.
La conclusión que se desprende inexorablemente de esta declaración es que los “derechos individuales”, tal y como los entiende la clase gobernante estadounidense, se oponen y ciertamente se consideran más importantes respecto a proteger y salvar vidas. Pero, ¿qué pasa con los “derechos individuales” del millón de estadounidenses que han muerto por la negativa del Gobierno a aplicar medidas eficaces de salud pública? El único “derecho” que le queda a un muerto es el derecho a ser enterrado.
En esencia, cuando el Times habla de “derechos individuales”, solo le preocupa el “derecho” de los capitalistas a explotar la mano de obra, obtener ganancias y acumular una enorme riqueza personal. Cuando esa concepción de los “derechos individuales” predomina sobre el derecho a la vida, la política de Cero COVID –es decir, la prevención de la transmisión viral y la eliminación y erradicación del COVID-19— es “obviamente”, como admite sin rodeos el Times, imposible.
Se trata de una exposición devastadora por parte de la voz autorizada del capital financiero de las prioridades actuales de la sociedad estadounidense. El New York Times, en su ataque a la política de Cero COVID, ha hecho involuntariamente un poderoso argumento en favor de la revolución socialista.
(Publicado originalmente en inglés el 5 de febrero de 2022)