El expresidente Donald Trump públicamente declaró el martes que actuaría como un “dictador” si fuera reelegido para la Casa Blanca en las elecciones presidenciales del próximo año.
Frente a una audiencia cuidadosamente seleccionada de partidarios en una emisión de Fox News de formato de “asamblea pública”, Trump fue invitado por el presentador Sean Hannity para desmentir las acusaciones difundidas ampliamente por los medios capitalistas de que gobernaría mediante métodos dictatoriales si regresara al poder.
“Le estás prometiendo a Estados Unidos esta noche, ¿nunca abusarías del poder para llevar a cabo represalias contra alguien?”, le preguntó Hannity. Trump dijo que no actuaría como un dictador “excepto en el primer día” mediante el cierre de la frontera entre EE.UU. y México y poniendo fin a todas las restricciones a la industria de combustibles fósiles.
Esta afirmación contiene una grave amenaza. Trump sabe que llegaría al poder gracias a un apoyo importante dentro del Estado capitalista, particularmente del ejército y agencias como la Patrulla Fronteriza, para imponer una dictadura personalista que llevaría a cabo una represión despiadada de la oposición masiva que estallaría inevitablemente contra su Gobierno.
La campaña de Biden aprovechó los comentarios de Trump sobre una dictadura, enviando correos electrónicos y mensajes de texto minutos después del programa de Fox News, uno de los cuales llevaba el título “Donald Trump: dictador desde el primer Día”. Como lo planteó un titular en The Hill: “El comentario de Trump sobre ser un ‘dictador’ pone la campaña de 2024 exactamente donde Biden la quiere”.
El propio Biden dijo en una cena de recaudación de fondos en Boston que “estaré compitiendo contra “el negador de elecciones jefe” que está “decidido a destruir la democracia estadounidense”. Junto a los comentarios de sus simpatizantes en la prensa capitalista, las declaraciones de Biden buscan canalizar la oposición del público a Trump de vuelta al redil del Partido Demócrata.
Tales llamados no tienen nada que ver con defender los derechos democráticos. Esto lo demuestra claramente la caza de brujas contra las protestas estudiantes contra el genocidio en Gaza, que los congresistas demócratas y la Casa Blanca han envilecido y tildado de “antisemitismo”. El derecho constitucional a la protesta pacífica es abolido cuando esas protestas se dirigen contra los crímenes de guerra israelíes respaldados y facilitados por el Gobierno estadounidense.
¿Cómo es posible que un expresidente que intentó aferrarse violentamente al poder el 6 de enero de 2021, violando la Constitución, después de perder los comicios de 2020 por siete millones de votos, aventaje a Biden en las encuestas?
Se debe a que el Partido Demócrata ha asistido e impulsado el resurgimiento del Partido Republicano y del propio Trump, ignorando los problemas sociales de la clase trabajadora que prevalecían cuando Biden asumió el cargo. En cambio, estos problemas han empeorado bajo el impacto de la inflación, las muertes masivas continuas por COVID-19 (la mayoría de las víctimas de la pandemia han muerto bajo Biden, no Trump) y la destrucción de empleos, salarios y condiciones laborales por parte de la patronal.
Biden abandonó sus promesas electorales de mantener el apoyo económico a las víctimas de la pandemia, impulsar un aumento del nivel de vida de los trabajadores, frenar la violencia policial contra los trabajadores y aliviar la carga cada vez más onerosa de la deuda de los estudiantes y graduados universitarios.
En lugar de abordar estas necesidades sociales, el Gobierno de Biden se ha concentrado en la guerra y el militarismo, provocando y luego interviniendo en la guerra de Ucrania contra Rusia, y ahora apoyando y posibilitando el genocidio israelí en Gaza. Mientras tanto, en la región de Asia-Pacífico se está produciendo una constante escalada militar en preparación de una guerra aún más terrible, esta vez contra China, que, al igual que Rusia, es una potencia con armas nucleares.
Su descarada indiferencia hacia las necesidades de los trabajadores ha provocado el desplome del apoyo político a Biden, incluso en la forma pasiva que registran los sondeos de opinión. El índice de aprobación de Biden está ahora por debajo del 40 por ciento, y va por detrás de Trump por márgenes significativos en todos los estados “reñidos” y críticos que los demócratas ganaron por poco en 2020.
La caída en picado más reciente de la posición política de Biden es el resultado directo de su respaldo al genocidio en Gaza, que ha alejado a jóvenes y estudiantes; una de las capas sociales más hostiles a Trump. El Gobierno de Biden se ha negado a hacer la más mínima concesión a las protestas masivas que han movilizado a cientos de miles de personas contra los crímenes de guerra que está cometiendo el Estado de Israel, utilizando bombas, misiles y aviones de guerra suministrados por Estados Unidos.
Biden es incapaz de hacer un llamamiento auténtico a la clase trabajadora y a la juventud. En cambio, apela a las capas privilegiadas de la clase media-alta, incluida la burocracia sindical. Se ha aliado con ella para imponer contratos entreguistas a los trabajadores y para prohibir las huelgas, como la de los ferroviarios hace un año, cuando un conflicto abierto con la patronal amenaza con escapar al control de los sindicatos.
Los republicanos se benefician de la enajenación masiva con respecto al Gobierno de Biden, pero su programa de ataques chauvinistas a los inmigrantes, recortes sociales y promoción del fanatismo religioso a expensas de los derechos democráticos, es profundamente reaccionario y antiobrero.
Trump es el gran favorito para la nominación presidencial del Partido Republicano. Esto tiene un significado objetivo por sí solo, ya que confirma la transformación del Partido Republicano en un instrumento abiertamente autoritario, un partido fascista en todo menos en el nombre. A su vez esto refleja la extrema debilidad y crisis del sistema político capitalista en Estados Unidos.
Sin embargo, incluso hoy, los demócratas se niegan a reconocer esta transformación, y Biden y los líderes demócratas del Congreso continúan su afán de años por lograr acuerdos bipartidistas tanto en política interior como exterior. Su principal conflicto con los republicanos es que éstos bloquean la aprobación de otros 60.000 millones de dólares en armamento estadounidense para el Gobierno derechista de Ucrania, cuya ofensiva de verano contra Rusia ha sido una debacle.
Trump puede personificar la amenaza de un régimen autoritario, pero está en marcha un proceso más profundo que está llevando a la política capitalista en su conjunto en la dirección del fascismo. Los demócratas hacen algunas críticas a Trump, pero están alineados con las fuerzas neonazis en Ucrania y con los sionistas genocidas en la guerra de exterminio contra los palestinos en Gaza.
Además, es una tendencia que tiene carácter internacional. En un país tras otro, la clase capitalista está virando hacia formas dictatoriales de gobierno y llevando al poder a partidos fascistizantes: Italia, Holanda, Finlandia, Suecia y Argentina son los más recientes, pero hay una amenaza creciente en Alemania, Francia, España y en toda Europa del este.
La burguesía está aterrorizada por el resurgimiento de huelgas de la clase obrera internacional que han azotado industrias y países enteros, y por las protestas políticas masivas contra las medidas de austeridad y los ataques a los derechos democráticos. Esta intensificación de la lucha de clases responde a los crecientes ataques contra los niveles de vida, los empleos y las prestaciones sociales. Pero la clase dominante no tiene otra respuesta a este movimiento que la represión y la guerra.
En Estados Unidos, las elecciones de 2024 se desarrollarán en un ambiente de creciente tensión social y política. Biden no representa una opción menos mala que Trump. Es una tarea políticamente inútil intentar averiguar cuál de los dos es el mal mayor. Tanto el demócrata como el republicano representan a la élite capitalista en el poder y defienden el dominio global del imperialismo estadounidense. Sus diferencias son puramente tácticas: qué métodos utilizar en casa para reprimir a la clase obrera, y a qué países atacar primero con violencia militar.
El movimiento de la clase obrera para defender el empleo, los niveles de vida y los derechos democráticos y sociales se opone diametralmente a las políticas de ambos partidos capitalistas. Es necesario librar una lucha para armar a este movimiento con un entendimiento y programa políticos que correspondan con esta realidad objetiva de un conflicto de clases enconado. Esto significa llevar una perspectiva socialista y revolucionaria al movimiento obrero y, mediante esa lucha, construir el Partido Socialista por la Igualdad.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 7 de diciembre de 2023)